Les recomiendo que, si tienen la oportunidad, pasen tiempo escuchando a personas más sabias que ustedes. Y que guarden todo el silencio del que sean capaces mientras esto ocurra. En los tiempos que corren, esto último es improbable. Solemos corroborar con comentarios inanes nuestra ignorancia en temas que no nos incumben. Como prueba de ello pueden consultar cualquier red social y comprobar que existe una cantidad indecente de gente que piensa, con firmeza, que su opinión es crucial. Spoiler: nos importa un huevo. A buen seguro, como a muchos este texto. Y hacen bien. Por eso practico lo que predico. Y cuando comparto bar, barra, mantel o terraza con gente con cosas que decir, me callo como Harpo Marx y tiro la bocina lejos para no molestar.
Un par de veces he tenido la suerte de que corra la cerveza con Peláez y Gellida. José y César. Pocas veces juntos y más por separado. Y, oigan, qué placer. No se puede saber de todo y, lo que es aún más inteligente, no se puede pretender que lo parezca. Y estos dos, que se parecen lo mismo que una escalera a un tenedor, hacen sencillo el discurso más elevado. Aunque tratemos de asuntos nimios. Uno asesina con la crueldad de Luca Brasi y el otro lo envuelve en terciopelo, cual David Lynch. Pero ambos te matan con su argumento. Y yo me dejo. Qué coño: me abro la camisa y digo: aquí, pero despacio, para poder disfrutar un rato más.
Incluso cuando tengo la tentación de meter baza trato de contenerme. Y si el impulso es irreprimible, me conceden la mayor acompañando la atención de un: esto que dices es muy interesante. Y a continuación dan una explicación que hace que mi tesis quede en enaguas. Que lo que he dicho tenga el nivel de un mocoso de seis años hablando de Pocoyó. Pero me hacen partícipe de su conversación y su amistad.
Terminamos la cerveza, pedimos otra y con una palmada en la espalda me digo: quién te mandará. Porque estás con dos delanteros de los de gol al primer toque. Sin alharacas ni regates extra. Pum. Y te noquean. Y no sé si acabarán sus días, dentro de muchos años, heridos cual Bonnie & Clyde por la pléyade de mediocres que suelen leerles esperando encontrar un fallo en sus escritos. No me importa si, mientras, puedo acompañarlos de cuando en cuando en algunos de sus “golpes”. Con ser el esbirro que matan en el cuarto capítulo, me valdría.