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Cuarentena. Día 1:
Susana entró por la puerta del pequeño apartamento con todo el material del que pudo hacerse cargo en apenas unas horas: un portátil, dos archivadores tamaño folio hasta los topes, marcadores, bolis, rotuladores y una pizarra blanca de esas en las que vas escribiendo las ideas que se te ocurren. Cuando llegó a casa, Pipe ya estaba dentro. Él llevaba teletrabajando dos días; la empresa lo había impuesto de inmediato. Cuestión de responsabilidad… o posibilidad.
—¿Te ayudo? —preguntó retóricamente mientras no dejaba de mirar la pantalla de su ordenador. El ruido de la mitad de las cosas pequeñas cayendo al suelo hizo las veces de respuesta.
—Me cago en…—Susana no era mal hablada, pero en los momentos de crisis, agobio o excitación (y no en ese orden) el santoral solía echarse a temblar.
—Tranquila, ya está. Te hago sitio en la mesa del comedor. Total, pocas cenas de amigos vamos a tener en un tiempo.
Pipe le recordaba cada cierto tiempo (no muy a menudo) por qué estaba con él. Producía un extraño efecto de paz en su carácter, explosivo. Era el antídoto marca ACME para sus idas de olla «estilo Coyote». Pero la cuarentena decretada iba a suponer un tour de force para su relación y su aguante. En principio, dos semanas, con una posibilidad como los atributos del caballo de Espartero de prolongarse, al menos, diez días más. O te soportas, o te toleras o no habrá James Bond que acuda a desactivar la bomba antes de que finalice la cuenta atrás.
Susana entró en la cocina a por algo de beber. Lo necesitaba. No al nivel de Nicolas Cage en Leaving Las Vegas, pero una cervecita helada calmaría su sed, los nervios y la velocidad a la que su cabeza estaba desarrollando posibles escenarios para su trabajo. Al cruzar la puerta, se dio de bruces con la cruda realidad: Pipe había hecho la compra por internet y un montón de bolsas con cantidad de alimentos de larga duración colapsaban la pequeña barra que hacía las veces de mesa de desayuno, la encimera e, incluso, el suelo. Curiosamente, al ojear las bolsas vio que no había nada de verdura ni fruta. Ni una sola pieza. Para compensar había tres tabletas de chocolate de las que hacen sudar a cualquier cirujano cardiovascular y un par de pepitos de crema. Si sumaba eso a la nula posibilidad de salir a realizar su carrera nocturna, daba por perdido su tipo primaveral forjado a base de un régimen titánico desde Navidad.
—Me cago en su p… estampa…
Cuarentena. Día 6:
—…Y con este disco se salieron del mapa. Seguro que te suenan varias canciones, pero son demasiado populares. A mí me gusta…
Pipe ponía música a todas horas. Desde las nueve de la mañana (bajita, para no molestar), hasta casi las diez de la noche. Durante ese tiempo pasaba por el volumen ensordecedor, los momentos karaoke (con dudosa suerte), la hora soul (gracias a Dios, un poco de tranquilidad) y la clase magistral. En aquel momento se encontraban en una. Pipe se empeñaba en enseñar a Susana las bondades de la «buena música» y ella prestaba la misma atención que una ardilla a un profesor de física cuántica.
Fever… Adrenalina. Steven se sale. Qué armónica, qué…
A Susana le empezaban a pesar los días y, a pesar de que se repartían las tareas con exquisita igualdad, su nivel de paciencia estaba a menos de la mitad del depósito. Le fastidiaba mucho que Pipe se empecinase en que le gustara el mismo tipo de música que a él y, sobre todo, que hablase de los artistas por su nombre de pila. Como si los conociese de toda la vida. En este caso, con el cantante de Aerosmith, como si hubiese estado tomando pintas con él en los garitos del inframundo de Boston en los setenta. Steven… Si lo más lejos que había viajado antes de conocerla era a Comillas en verano con los amigotes…
—Pipe, no insistas— cortó con contundencia. Le quería. Mucho. Pero no iba a ceder ni un milímetro en sus gustos. No por cabezonería. Sino porque las guitarras y ella no se llevaban bien. Confesaba ser una consumidora de música rápida, con fecha de caducidad. Lo que estuviera de moda. Dos meses, tres, máximo. Y canciones nuevas. Para bailar, para salir, para berrear en el coche. Por eso, en el de cada uno, la música era propiedad del que condujera.
—Mira, Aerosmith no me van a gustar por mucho que insistas. Me encanta oír Cryin’ cuando salimos por ahí porque me recuerda los años de colegio mayor, pero es que a ti solo te van las canciones que no conoce nadie. Yo prefiero cocinar escuchando, qué sé yo, Rosalía, J. Balvin…
El nombre resonó en la casa como cuando en Hogwarts mencionaban a Voldemort: el que no debe ser nombrado. En opinión de Pipe, el que no debería tener derecho a abrir la boca. La bicha, el demonio, lo puto peor, como decía la chavalada joven…
—De acuerdo, lo quito— repuso él sacando el morrete con actitud de «me he enfadado y no pienso respirar never again».
—Oye, no. No seas crío. Pon lo que te dé la gana, disfrútalo, pero no me lo impongas.
Seis días de reclusión y una discusión absolutamente absurda en el mundo real (habitual) dieron lugar a la bronca más excesiva de los siete años de relación y dos de convivencia de Susana y Pipe. Del «será que te impongo muchas cosas» y el «pues a veces, sí, que tiene que ser lo que tú digas» al «manda narices que digas tú eso, que siempre tenemos que ir con tus amigas a todos los sitios» y demás lindezas. La mierda que fue emergiendo desde el subsuelo de los rencores haría las delicias de cualquier cochinillo. Todo el mundo tiene cadáveres en el armario y, normalmente, nadie les hace el menor caso. Pero, de tanto en cuanto, el día de muertos se adelanta a su plazo habitual. Todo iba terriblemente mal y el tono había subido más aún que los agudos del pobre Steven Tyler que, sin comerlo ni beberlo, había provocado el jaleo desde su mansión yanqui. Hasta que, accidentalmente, se conectó el bluetooth del teléfono de Susana a los altavoces del equipo de sonido del salón:
—…Agujetas de coloooor de rooosaaaa y un sombrerooo grande y feooo…
Ambos se miraron y no pudieron contener la risa. Él hizo un gesto de qué acaba de pasar. Ella introdujo su mano en el bolsillo trasero del pantalón y extrajo el móvil.
—Oh…—acertó a exclamar— Estuve hablando antes con mi hermana, de cuando éramos pequeñas. Me mandó el enlace de la sintonía de esta serie. Lo tenía abierto en Youtube y… Supongo que no tendría le teléfono bloqueado y…—una lágrima, entre la impotencia y el ridículo apareció bajando por su mejilla derecha.
—Está a la altura de tu adorado J. Balvin. Si hace una versión nueva, lo peta.
Ambos rieron. Fue un desahogo. El abrazo posterior fue el más largo, más fuerte y más apretado que recordaban. Y ninguno d ellos dos era de abrazos. Bueno, Pipe, sí. Pero no le gustaba reconocerlo. Él, que era colega de Steven… 
 
Cuarentena. Día 28:        
         Las noticias hace días que resaltaban el estar a la espera de resultados de la nueva vacuna llegada de Oriente. Como si fuera 6 de enero. Allí llevaban una semana sin nuevos contagios, lo que hacía más corta aún, si cabe, la mecha en España. No se trataba de comida, bebida, rutinas, zumba por internet o subir y bajar escaleras. El sol entraba por las ventanas con fuerza e indicaba que todo estaba cambiando.
—Corre, corre… Acaban de decir en Twitter que en cinco minutos hay comparecencia. —Pipe salió del baño a toda prisa. Su afeitado anti-modas se había convertido, por pura comodidad, en una barba corta que recortaba una vez cada cinco días. Susana estaba en el sofá sujetando el mando de la televisión. Pusieron el canal 3. Ahí estaba Matías, como un clavo. Tenía el mismo aspecto que ellos tendrían si fueran se dedicasen a los informativos: cansado, apagado, pero con un color de piel fabuloso debido al maquillaje. La procesión, seguro, iba por dentro. Después de una corta presentación, durante la que se veía a un par de periodistas pasar por detrás del set con sendas mascarillas y guantes, procedió:
—A continuación, damos paso a la señal que nos llega desde Moncloa.
Un instante después, la imagen del presidente del gobierno ocupaba el centro de la pantalla. Era una comparecencia sin medios, como habitualmente desde el inicio de la crisis. Justo cuando iba a comenzar a hablar… empezaron a sonar aplausos en las ventanas, bocinas en la calle, gritos y puertas abriéndose en el edificio. Susana y Pipe se miraron sin comprender, pero el estruendo era tan abrumador que era difícil escuchar. Pero daba igual, la sonrisa indisimulada del presidente del gobierno sólo podía decir una cosa: había terminado. Se abrazaron sin estar muy seguros de nada y abrieron la ventana del salón, que daba a la calle. Buscaban respuestas a su esperanza y la calle les dio certezas. La gente se abalanzaba a las ventanas, como habían hecho durante el encierro, pero con otro semblante. Los más osados ya habían salido a la calle, a pesar de que, luego se enterarían, el ejecutivo había pedido prudencia en las primeras horas y aconsejaba mantener mascarillas y guantes.
La mezcla de sentimientos era contradictoria: estaban seguros de que la crisis había dado su último coletazo, pero ellos no se habían enterado. Hasta que Pipe se dio cuenta de que Susana, en su prisa, había encendido el canal de pago por satélite al que se habían aferrado en la última semana. Estos operadores siempre llevan algo de latencia respecto a la antena digital.
—Manda huevos—dijo—. Años diciendo que la tele es una mierda, que donde estén las nuevas emisiones que se quiten las emisoras en abierto, y hoy nos enteramos tarde de todo por no poner la de toda la vida.
Susana, en una mueca de frustración y libertad, gritó:
—Me cago en…
Irreproducible.
 
Post cuarentena. Día 12:
Cada día de la última semana habían cenado en un restaurante diferente. Esa noche no iba a ser la excepción. La circulación había descendido mucho, o al menos no se parecía a la que recordaba. Quizá las templadas temperaturas y el nuevo escenario habían hecho que la gente pasease más, durante horas. Los medios daban cuenta de los avances médicos, la gente por la calle abrazaba a los conocidos a los que antes saludaba con un leve gesto de cejas, los reencuentros de amigos eran celebrados como en Nochevieja… Todo parecía una fiesta.
Susana caminaba rápido porque hacía cuarto de hora que debería haber llegado a la cita. Pero la demora había merecido la pena. Sabía que Pipe era un obseso de la puntualidad, pero su cabeza iba a explotar con el regalo que le tenía preparado.
—Hola, buenas noches. Tenía mesa reservada a nombre de…—dijo mientras vio a su marido en una mesa— De él.
La camarera la acompañó hasta su lugar y le recogió la chaqueta. Beso de bienvenida y vino en la copa.
—Así da gusto.
Al quitar la copa para darle un sorbo cayó un pequeño sobre. La cara de Pipe refulgía como una nova.
—¿Y esto?
—Ábrelo. Ábrelo ya. Me parece increíble que esté diciendo esto—y se carcajeó como un demente.
Susana no entendía nada. Ese espectáculo rollo Joker no era nada propio de él. Abrió el sobre y sacó dos pequeños tickets de su interior.
—No… me… j….
Wizink center. Gira mundial. 18 de julio.
—J. Balvin. ¿te has gastado un dineral en el tío que más odias del mundo?
—Bueno, realmente no lo odio. No le conozco personalmente. Pero a su música, sí. Tanto como soy capaz. Y, por cierto, no ha sido un dineral. Han sido dos. ¿Te gusta?
Susana se levantó y besó a su marido varias veces seguidas. Le apretó las mejillas como una abuela, que era algo que solía hacer cuando estaba muy contenta. Él agradeció el gesto y disfrutó con la felicidad de su esposa.
—Increíble. ¿De verdad vas a venir conmigo a escuchar dos horas de reguetón de este tío?
—Bueno—contestó divertido—, dudo que su repertorio de para tanto tiempo.
Ambos rieron. Él porque lo decía en serio. Ella porque le importaba un carajo.
—Yo también te he traído una cosa—dijo ella dejando una pequeña cartulina montada a modo de carterita sobre su plato. Le encantaba que todo estuviera bien decorado, incluso los regalos.
—Déjame adivinar: es un disco—dijo burlón, sabiendo que le tamaño era muy inferior al que debería ser. Abrió el envoltorio y lo que leyó no le dejaba parpadear:
Wanda Metropolitano. Aerosmith.
Se levantó de un salto y abrazó a Susana. La levantó de la silla y el resto de clientes les miraban divertidos.
—Es… es… es…— no acertaba con las palabras. De pronto se quedó quiero mirando los boletos. — Es…
—Arranca ya, hombre.
Pipe se puso a reír de nuevo. La mano tapaba sus ojos y meneaba la cabeza. Ella le miraba sorprendida y agradada por el efecto de su regalo. Él cogió su mano y puso ahí las entradas.
—Lee.
—La fecha.
Susana miraba los tickets sin entender, hasta que por fin lo vio.
—Mierda. 18 de julio. ¡¡Me cago en…!!

 

Doctor Brown

Iba para inventor en los 50. Me quedé en el intento de escribir algo interesante. Vive y no dejes morir... de aburrimiento.

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