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– …Y así es como comprobamos que la energía ni se crea, ni se destruye. Se transforma.
 
Una mano se alzó al fondo de la clase:
 
– Disculpe, ¿hablamos de cualquier tipo de energía?
 
– Por supuesto-respondió el profesor.
 
La mano volvió a emerger entre el bosque de cabezas:
 
– Una cosa más. Sabemos que hay energía porque, de alguna manera, algo o alguien vibra bajo su efecto, ¿es así?
 
Don Tomás asintió buscando el sentido a tanto diálogo.
 
– Bajo esa premisa, podemos deducir que las personas que vibran por dentro por alegría, tristeza, melancolía, desesperación, pasión o anhelos, sienten el vacío o el lleno de esa energía que nos ocupa.
 
Algunos alumnos se miraban perplejos. El viejo docente se revolvió en su bata blanca queriendo demostrar quién estaba a cargo de la lección:
 
– La poesía y las artes se enseñan en el aula del fondo, Mejías.
Varias risillas y murmullos rellenaron el mínimo silencio posterior. Pero Mejías insistió:
 
– Lo sé, también acudo a esa clase. Pero me gustaría que me aclarase si esos núcleos energéticos, esos sentimientos, combinados, producen vibración física. Y si esa consecuencia origina energía. Calor, por ejemplo.
 
Don Tomás, inclinó levemente la cabeza.
 
– Bueno, si abordamos esa tesis empíricamente, podríamos decir que algunas de esas emociones, efectivamente, producen un tipo de energía, pero no de las que…
 
– Disculpe por última vez-interrumpió Mejías-. Afirmando eso y sosteniendo que todo lo que nos rodea nos hace, en cierto modo, vibrar para bien o para mal, ¿podríamos concluir que esos sentimientos producen energía?
 
Se sentó en la mesa, como solía hacer cuando iba a dar la lección magistral de la clase que tocase, mirando fijamente al total de su audiencia. Al fin y al cabo, todos esperaban la respuesta.
 
– Eso es… discutible.
 
– Lo diré de otro manera-replicó-. Esos sentimientos podemos condensarlos en una sola palabra. vendrían a ser lo que comúnmente conocemos como amor: hacia los demás, hacia una actividad, una actitud… Si ese amor nos acalora, su falta nos enfría, en ciertos momentos nos motiva a hacer ciertas actividades físicas…
 
Cinco alumnos soltaron una carcajada grotesca acompañada de miradas reprobables. Don Tomás miró en la dirección correcta, las risas enmudecieron y la exposición continuó.
 
– … ese amor, en cierta manera, mueve el mundo.
 
– Me acabo de perder por completo, Mejías. Aterrice porque su despegue ha sido interesante, pero se está convirtiendo en el avión de Perdidos. Sin rumbo.
 
– Termino. Y es simple: si el amor está por todas partes y lo incluye todo, si el amor es energía, y si usted dice que la energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, terminemos ya con el mito de que se nos acabó el amor. En tal caso, se habrá convertido en otra vibración, o se habrá enfocado en otro objetivo. Pero jamás podremos decir que ya no queremos a alguien. Ese amor no se pierde en el pasado. Es algo parecido a cuando en Star Trek teletransportan a una persona del Enterprise a la superficie de un planeta. Cada molécula se desmaterializa para, posteriormente, volver a juntarse. Nada se pierde.
 
La campana sonó. La mayor parte de estudiantes se levantó con el primer timbrazo. Otros se giraban comentando lo lejos que se iban a colocar de semejante bicho raro en la siguiente sesión. Todos, incluso Mejías, salieron. Pero Don Tomás siguió sentado en el borde de la mesa, con la mirada perdida, paladeando las últimas palabras de su alumno.
 
Pocos segundos más tarde, alcanzó su ajado maletín de cuero. Apartó documentos y libros y tomó en la mano su teléfono móvil. Pulso las teclas correspondientes a un nombre y aguardó un instante. Finalmente, hizo la llamada. Una voz de mujer respondió. La sonrisa fue inmediata.
Doctor Brown

Iba para inventor en los 50. Me quedé en el intento de escribir algo interesante. Vive y no dejes morir... de aburrimiento.

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