Skip to main content

Mehmet Ali Agca lo intentó allá por los primeros años ochenta, y no lo consiguió. Juan Pablo II tenía la piel dura. Nuestro Papa, el del Real Valladolid, que es uruguayo, acaba de comenzar su suerte de pontificado y ya está marcado. Porque no hace prisioneros. No hay medias tintas con su discurso: a los fariseos les afea su conducta, a los adversarios no les regala el oído y a los suyos no les tolera un desplante. Y por eso lo quieren muerto. Por decir verdades como el tamaño de Ibai Llanos. 

Él, que acaba de acercarse a los dominios del templo federativo, entiende que está en el punto de mira del sosia de Pilatos. Y lo asume como aquel que sabe que su sacrificio servirá para mejores causas. Como es lógico, prefiere que pase de largo ese cáliz y seguir pegado a la banda friendo la oreja del línea. Dice su homólogo Bergoglio, que nació al otro lado del Río de la Plata, que hay que ser coherentes entre lo que se cree y lo que se vive. Y de eso Pezzolano va tatuado como los quinquis que aparecen por First Dates: de arriba a abajo. Porque sus diez mandamientos también se resumen en uno: amarás el esfuerzo sobre todas las cosas y a tu equipo como a ti mismo. 

Nuestro Papa está al corriente de que las reglas son diferentes dependiendo de si has nacido en Montevideo o en la Jerusalén de los grandes. Todavía recuerdo a Ancelotti (ese traje italiano, ese chaleco, esa barriguilla elegante y esa ceja) en la banda de Zorrilla protestando con el arrebato propio del que sabe que no le va a acarrear ninguna secuela. Los juramentos se escucharon en Zaratán, pero no hubo penitencia. Igualmente, los «rabinos», con Xavi, hablan acogedores y procurando la conciliación. Dudo de si lo hacen sobre la altura del césped o de otras majaderías, pero aunque niegue tres veces su autoridad, será perdonado. Simeone salta, cruza los límites enfervorizado…

Pero con el Papa, no. La homilía se la dan a él. Y como los curas antiguos, echando la bronca por todo y dejando clarinete que debería pedir clemencia. Y este, que tiene pinta de alumno rebelde de los que años después recuerdas con cariño, estorba. Expulsar a ciertos mercaderes del templo asusta, porque da más portadas que la Obregón. En cambio, crucificar a la primera a uno que procede de un pesebre blanquivioleta pasa desapercibido.

Es igual, aprenderá (incluso de sus errores) y seguirá predicando. Paulo, como su tocayo el de Tarso, ha viajado desde otros confines del mundo para recordarnos la buena nueva. Se nos había olvidado, como hace dos mil años les pasó a los judíos. Y si nos dice que sobre Hongla y Larin se edificará su iglesia, nosotros decimos amén. Porque los discípulos elegidos serán once cada domingo, pero más de veinte mil seguimos su doctrina a pies juntillas.

Presten atención: bienaventurados los pobres de presupuesto, porque tendrán que ganar dos veces: en la arenga y en el campo. Y, amigos, el pasto, la cancha, es la basílica del Papa. Ahí dentro y con tanto acólito, no hay quien lo mate. ¿Sí? 

Doctor Brown

Iba para inventor en los 50. Me quedé en el intento de escribir algo interesante. Vive y no dejes morir... de aburrimiento.

Deja un comentario