– ¿Crees que es posible arreglarlo?
– Basándome en las últimas noticias mostradas por todos los medios consolidados a escala planetaria, diría que la situación es insostenible.
Whilon giró levemente su cuello desde la silla sobre la que se encontraba visionando los últimos sucesos acaecidos durante la mañana en las principales ciudades del mundo. Monterrey, Boucherville, Chengdú… En todas se sucedían rebeliones ante la sacudida tecnológica provocada por los mercados globales. Desde que el dinero dejó de existir, en 2207, los mecanismos de codicia y avance de la Tierra giraban en torno a los depósitos de lignum. Este producto nada tenía que ver con su significado referido al latín antiguo, madera, sino que había sido nombrado de esa manera estableciendo una analogía entre el «lignum crucis», o madera de la cruz, referida a la de Cristo, y este compuesto metálico bautizado como el nuevo oro. Mucho más ligero que el cobre, la plata, el mismo oro o el níquel. Con una capacidad conductiva infinitamente mayor y una característica principal: su capacidad de formarse y adaptarse a diferentes superficies o estructuras a partir de ciertos impulsos programados. Un metal inteligente, en definitiva. El lignum había aparecido en posiciones estratégicas del globo y, a partir de ahí, había convertido a dichas urbes en el summum financiero y de desarrollo del mundo. Unos se habían adaptado. Otros, como los viejos Estados Unidos, habían sucumbido merced a su empeño de anclarse a combustibles, aleaciones y estudios propios. Cuando quisieron reaccionar, pertenecían una zona caduca y aislada del progreso.
Aparte, el lignum había provocado el avance exponencial en materia cibernética: un accidente de laboratorio, decían. La obra de un loco que experimentaba y jugaba a ser Dios, contestaban los grupos religiosos. No se puede crear vida en un laboratorio. Y menos vida inanimada.
– Es comprensible que la dualidad humana/androide cree aspereza. No venimos del mismo sitio, pero sí de manos similares. Deberíamos encontrar puntos comunes.
– Esa premisa parte de la igualdad no existente entre ambos tipos de especies inteligentes-repuso Jack.
– Ya. Tienes razón. Aun así, ¿es tan difícil hallar puntos comunes de convivencia? Biológicos y ciberdesarrollados deberíamos colaborar para lograr un futuro común y mejor.
Jack hizo un pequeño amago de dejar su bandeja. Whilon lo observó y lo dejó pasar. No era momento de reprimendas.
– La convivencia cívica es posible, pero no probable, señor. Dicha armonía se basaría en una preponderancia de un estrato sobre el otro. Unos ordenan y otros cumplimos con las directrices programadas.
Whilon insistió:
– Pero provee un cierto equilibrio, síntesis y orden. Y favorece la existencia de todos los grupos pobladores de la Tierra. ¿No crees?
Jack había abandonado la sala principal del habitáculo 133RY antes de que su dueño hubiera terminado de formular su tesis. Whilon pensó, echando un último vistazo por la ventana, que si hubiera voluntad, habría entendimiento. Recibió una comunicación interna que contestó, de inmediato, desde su carcasa auricular. Volvió a su sillón de mando y rumió, por un momento, cómo hubiera sido la vida al revés. Si él hubiera sido creado, trasladado a un terreno de maduración y aprendizaje. Si le hubieran dado todo tipo de datos y conocimientos sobre las tareas a realizar. Si hubiera sido consignado a un aglutinador con propósitos simples, sencillos y rutinarios. Al fin y al cabo, ellos estaban haciendo del mundo un lugar mejor, más productivo, limpio, moderno… Los biológicos debían asumir su papel y dejar que los ciberdesarrollados continuaran con su propósito de enmendar los errores humanos anteriores. El lignum podría no ser la madera sagrada que algunas religiosas adoraron en el pasado, pero era lo que había provisto de orden y rigor la existencia actual en este pequeño orbe cercano al Sol.
Otra comunicación llegó hasta sus sensores y contestó instantáneamente:
– Whilon, 133RY.
Por dentro no dejó de pensar en lo curioso que era que hubiera elegido el nombre de Jack para su ayudante, basándose en el de un personaje de un antiguo archivo audiovisual de cuatro siglos atrás, y él no pudiera cambiar el suyo en base a un ordenamiento específico de la autoridad. Le seguía pareciendo insulso que, si habían avanzado tanto, todos siguieran llamándose Whilon, un anagrama de Intelligent Way Of Non-Human Life, más su número de registro.
(relato participante en el concurso de ciencia ficción,
organizado por ZENDA y patrocinado por IBERDROLA)