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MúsicaPost

Qué grande es ser querido

By 1 de abril de 2014agosto 6th, 2020No Comments
Este axioma, que da título al último trabajo del artista canadiense Michael Bublé, expresa un sentimiento inherente a su particular modo de vida: lo percibe como la posibilidad de, durante dos horas, hacer un poco mejor la vida de todos aquellos que acudan a verle. Y nosotros, audiencia feroz para todo aquello que no nos agrada, se lo devolvemos en forma de cariño. Creo, aunque pueda equivocarme, que poca gente puede salir decepcionada de uno de sus conciertos. Se entrega absolutamente, bromea, hace chistes, conecta, se mete al público en el bolsillo, baila, mezcla éxitos propios con clásicos ajenos mundialmente conocidos, se rodea de músicos excepcionales, apoya a teloneros de envergadura dándoles un papel preponderante en su show…. Ah, y además canta excepcionalmente bien. Y, tras decir todo eso, la conclusión que sacas tras su espectáculo es que es un tío majo y normal. De los de tomarte dos cañas y ver un partido. Qué grande… Se ríe de sí mismo, aparta su ego, el que podía abrumarle tras varias giras llenando los recintos del mundo entero… Qué grande…
Yendo al grano, el día 31 de enero en Madrid, el Palacio de los Deportes bullía a la espera de Bublé. Cerca de las 20:45h aparecieron en el escenario los integrantes del «supporting act» habitual en los tours del canadiense: Naturally7. Una banda a capella de las que quitan el hipo si les ves y escuchas por primera vez. Aunque parezca que a cinco voces perfectamente engrasadas les acompañan un set de percusión y un bajista todo, absolutamente todo lo que suena, está producido por las gargantas de los americanos. Entre temas propios como el apabullante «Wall of sound», destacaron sendas versiones de «In the air tonight» y «While my guitar gently weeps» de Phil Collins y The Beatles respectivamente.
Pasadas las nueve y media de la noche y con el pabellón a reventar el escenario se oscureció mostrando las iniciales del crooner. Un espectáculo pirotécnico simuló quemar las cortinas desde donde emergió la figura de Bublé y su voz entonando las primeras notas de la eterna «Fever». Desde ahí, un sinfín de resbalones bien medidos por la rampa de las «tablas» multiusos, pasos de baile espontáneos y propios, bromas y chistes sobre su manejo del castellano, las virtudes de los miembros de su banda, o las razones del público para acudir a su show. Y entre cada guiño, una canción esperada por todos los oyentes. Nos domina. Nos calma cuando quiere, pide que tomemos asiento y a continuación nos levanta, apela a nuestro romanticismo, nos estremece…
Realmente Bublé no ha inventado nada. No hace más que pegarse a aquello que han hecho los más grandes showman de la historia: conseguir que el público disfrute del principio al final. Y ayer lo volvió a hacer. Y eso que no estaba en plenitud de facultades. Diría yo que a un 70%. Dicen que llegaba con problemas del concierto de Barcelona. Apenas se daría cuenta la mayoría del aforo pero en «It’s a beautiful day» no podía más. Pero no paró, no se rindió… Bailó, corrió, cantó a menor volumen… Y se fue mientras todos pedíamos un bis. No sé si entre bambalinas había una medicina milagrosa o una bombona de oxígeno pero su retorno fue con cambio de chaqueta y una impactante «Cry me a river» en la que pareció no haber rastro del cantante exhausto por las anteriores dos horas de bolo. Todo debía acabar con la habitual «Song for you» en la que Bublé siempre aparta el micro y canta a pelo delante de doce mil personas. Pero no. Mientras presentaba la última canción una voz le reclamó «Me & Mrs. Jones». Tras bromear, de nuevo, y constatar que no estaba en el repertorio previsto, se dio la vuelta, miró a su mano derecha, Alan Chang, éste a los músicos y… Magia. Otro, dado el cansancio y su estado imperfecto, hubiese obviado la petición y zanjado el asunto. Bublé no. Cantó y acabó como debía.
A las once y media pasadas, con la calle cortada, miles de admiradores abandonaban el lugar cogidos de la mano, sonriendo o comentando. Ese es el don que tiene el bueno de Michael. Que nos vamos acordándonos de sus canciones o el tiempo compartido con él con un buen rollo de impresión. Y sospecho que, precisamente, en eso se basa para sentarse en el avión de camino a casa, en Canadá, Nueva York o donde sea, y pensar: qué grande es ser querido.


Doctor Brown

Iba para inventor en los 50. Me quedé en el intento de escribir algo interesante. Vive y no dejes morir... de aburrimiento.

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