Este verano tiene truco.
Cuando perteneces a la rara estirpe de aquellos que huyen del sol, y adoras leer con una ligera brisa, sabes que tienes dos opciones durante julio y agosto: huir a Asturias o resignarte a tu suerte y confiar en que cada dos semanas haya una tormentilla con un par de días frescos. Yo soy de estos, de los que miran de reojo cuando alguien habla de «buen tiempo» con treinta y pico grados a la sombra. Pero este año tengo excusa. El pretexto, por supuesto, es para no tener que hacer seis horas diarias bajo la sombrilla de la playa, y se llama Juegos Olímpicos. Que en Tokio tengan siete horas más que aquí es un detalle nimio. Hay, que sepa, tres canales repitiendo las pruebas una y otra vez. Así que cuando resuena en el apartamento: ¿no vienes?, hay una respuesta básica: en cuanto acabe esto. Y no acaba hasta el ocho de agosto, amigos.
Además, disfruto sobremanera de que me hagan vibrar deportes que no volveré a disfrutar con pasión hasta la siguiente ceremonia olímpica. Cuando esto ocurre, me doy cuenta de lo que sentirán aquellos que ven el balonmano como yo observo la esgrima o el taekwondo. Y creo que, si puedo, debo intentar transmitir lo que este deporte puede conseguir.
El balonmano llegó a mi vida con unos tiernos once años y en junio he intentado quitármelo de encima (otra vez). Pero no puedo, joder. No puedo. Miren, esta mañana (hoy es lunes, 26 de julio) España y Noruega han obsequiado a la audiencia con un duelo de intensidad, emoción y garra con poca comparación en el mundo del deporte. Y, claro, me vengo arriba. Y, por supuesto, pienso en todo lo que podría ser este juego con buena difusión, retransmisiones montadas con excelencia, estructura… Y ya estoy otra vez con el hormigueo en el cuerpo.
Ya, que a mí me gusta y ensalzo solo sus virtudes. Bueno, yo he venido a intentar que cada uno se convenza por si mismo. Expongo y cada cual que saque las conclusiones.
Ibai Llanos escribió un tuit en el primer partido de los #Hispanos (victoria agónica ante Alemania por un gol) que decía que acababa de vivirlo como si llevase siguiendo el balonmano quince años. Ese trocito de texto provocó cincuenta mil reacciones directas. Creo que los yanquis ponen 50k. ¿Saben dónde estaba hoy el bueno de Ibai? Retransmitiendo el ba-lon-ces-to en Eurosport. Eso es lo que le pasa al balonmano. Que es el invitado perfecto a cualquier fiesta… pero no suele enterarse de dónde se celebran. El balonmano no para. El balonmano no puede jugarse a no atacar. Corres, avanzas, lanzas, defiendes y corres de nuevo. Te cansa verlo, porque piensas que, si lo jugaras tú, caerías desfallecido a los tres minutos y medio. Error, no llegarías a los dos, amiguete.
Tengo claro que es un espectáculo incomparable en cuanto a lo que sucede en la cancha y al ritmo al que esto pasa. El problema es que muchos de los dirigentes (a ver si os suena en una traslación política) no están a la altura a la hora de envolver el «regalo». Y así, el gran público no se fija.
Yo me di cuenta hace unos años. Mi mujer tiene el mismo interés por el deporte que yo por la reproducción entre guacamayos en Tegucigalpa. O menos. La pobre venía a los partidos del equipo en el que yo entrenaba y se pasaba el rato leyendo una revista o analizando los looks de las jugadoras. Hasta que un día con marcador apretado, lo vi. Se sobresaltó con un robo y un contraataque. Le fastidió una decisión arbitral. Y le cayó una lagrimita con la derrota en el último segundo. Si ella, una anacoreta deportiva de manual, se había estremecido con el balonmano, ¿qué no podría ocurrir con el consumidor medio de deporte?
Pero no, ahí seguimos. Conseguiremos que se arrebaten varios miles de personas si se hace una buena competición. Pero, después, regresará la triste realidad. Con el cuento de que el fútbol se lo come todo, se justifica la mediocridad en la que instalan al balonmano. Pero no debería ser así. Pregúntenle a Ibai.
Voy a intentar explicarlo para todos los públicos: en Pretty Woman, seguramente el fútbol sea la escena del collar y el vestido rojo. El balonmano sería el vestido marrón con lunares: no es el plato principal, pero, joder, todas quieren ese vestido (mi esposa, si lee esto, estará orgullosísima de mí por esta comparación).
En Regreso al futuro, el fútbol sería el DeLorean, el rayo en el reloj de la torre o el puñetazo a Biff. El balonmano serían los diez segundos que suena The Power of love, de Huey Lewis, en la película. Una vez que lo descubres, no puedes dejarlo pasar.
Por eso adoro estos días de verano. Porque confío, sueño, con que un aglutinador de masas como Llanos o, quién lo pillara, un comentarista como Andrés Montes, den al balonmano el lugar que merece. Porque si parpadeas te lo pierdes. Porque no hay pausas que lo hagan aburrido (excepto cuando se juega el, para mí, infernal siete contra seis. Pero eso lo dejo para otro artículo). Porque en el partido de esta mañana me he tirado el café por encima, he gritado atragantado con media tostada en la boca, me he acordado de las «norueguísimas» madres de dos bigardos escandinavos y he levantado el puño en el penalti final como si hubiera sido mérito mío. Sí, después de eso he recogido la cocina y he planchado un rato. Pero al menos no me he pasado seis horas en la playa, ¿no?
Inteligente, muy ameno, digno de leerse