Seguro que la mayoría de los que lean esto saben lo que es un salto de fe. Si quisiéramos resumirlo hasta el extremo, podríamos decir que es lo que hace el Dr. Henry Jones jr. como último paso para llegar al Grial.
Como puede que no todos los aquí presentes estén puestos en la vida y milagros de Indiana, voy a poner otro ejemplo aún más explícito, uno real.
Tengo dos amigos que se casan en breves fechas. En serio. En 2021. Creo que son conscientes de lo que eso significa. La clave del asunto, la magia, el puntazo (pónganle el ornamento que prefieran) es que lo hacen convencidos, mesurados y, a priori, para siempre. ¿Entienden ahora lo del salto, aunque sea al vacío? Lo fundamental es que aquí no hay vacío. Han ido construyendo, poquito a poco, unos cimientos resistentes a vendavales, unos muros que conservan el interior (la familia, la pareja) de los rigores externos. Además, le han puesto un tejado con revestimiento de primera calidad en el que la lluvia más violenta solo puede resbalar y caer más allá de su propiedad. Estos son los mimbres del cesto.
“Para siempre, ja”, dirán los malpensados. Pues miren: de principio, sí. Es la definición intrínseca de fe. Ojo, no se trata simplemente echarse en manos de esa “certeza incierta”. Es poner la hormigonera a trabajar cada vez que haya una grieta, subirse a la escalera cuando haya que reparar la cubierta y arreglar la grifería de tanto en cuanto. El problema de los que recelan del salto, del para siempre y de las expectativas es que quieren, como muchos en estos tiempos, tener garantías absolutas poniendo sólo un poco de su parte. Es como ir a tirar un penalti y querer el aval de que el portero se va a tirar a un lado, de tal manera que tu único esfuerzo sea lanzar al otro y meterlo en la portería. “Es que me lo merezco, me he esforzado mucho”. Mira, chaval, la vida no espera a nadie. Y menos a los que viven con los brazos en jarra ansiosos por que caiga el maná del cielo.
Echarse en manos del matrimonio, para muchos, es innecesario. Dos personas están juntas mientras les apetece y dejan de estarlo cuando no. Lo último es de Perogrullo, pero, también, lo primero obedece a un compromiso mutuo de respeto, amor, alegría… De estar mejor cuando formas parte del ecosistema del otro, de querer contarle lo que te ha pasado en cuanto llegues a casa o mandarle a media mañana un selfi con cara de acelga por el artículo treinta y tres. Trata de que la vida con la otra persona, pese a las rutinas subsiguientes, los enfados, los malos momentos y la erosión en la discusión, siempre merece más la pena que lo contrario. Y si no es así, tras intentarlo, haremos “cacharritos”. Pero apuraremos, antes, nuestras opciones.
Por todo esto, el salto de fe que en pocos días darán Teresa y Alfonso es un ejemplo más de que las estadísticas importan poco cuando conoces de primera mano las variables de la ecuación. Recuerdo que en mi cursillo prematrimonial (otro día habría que hablar de eso) nos soltaron como si tal cosa: “los números dicen que la mayoría de los que estáis aquí no seguiréis juntos en cinco años”. Escribo estas líneas mientras cumplo siete. Con sus viajes, celebraciones, enfados y retrasos. Con sus fotos, ajustes y variaciones de peso y frondosidad capilar. Pero aquí seguimos, pasándonos la estadística por el arco del triunfo.
Igual que harán Teresa y Alfonso. Estoy seguro. Miren: ella ha decidido echarle mucho menos tiempo a Instagram que a leer (bueno, aún está en ello) y él ni siquiera tiene cuenta (admirable). Ella es una orgullosa hija de una ciudad fantástica como Valladolid. Él, que renegaba de Pucela, se ha bajado del burro y ha aceptado que estar orgulloso de La bella desconocida no es óbice para disfrutar de un buen ron (los buenos se toman solos) en El Farolito, mientras le guarda las espaldas la catedral. Ella se ha permitido escuchar en casa a Mägo de Oz y él confiesa que hacer Pilates te deja el cuerpo fuerte como Thor.
Compenetrados. Como dirían en Dirty Dancing, “este es mi espacio y ese es el tuyo, y aquí, en medio, bailamos juntos”.
Un salto de fe es creer, como muchas otras parejas, que después de este trágico año y medio, se debe mantener la ilusión. Por mirar hacia delante, por abrazar a los demás, siempre que tengan una PCR negativa. Por llorar de alegría. En definitiva: por celebrar, con todos los cercanos, su compromiso vital. Así que ellos, como Harrison Ford, han hecho su elección. Y, como diría el caballero de la última cruzada, han elegido sabiamente.