Los días pasan como relámpagos por la ventana de su habitación. Da igual el calor sofocante que impregne el patio, porque tiene el aire acondicionado en modo Suances. «La playa de Valladolid, hijo», le decía siempre a Gonzalín, que ya calza cincuenta y pocos. Hace ocho meses que está en la nueva residencia, al lado de San Quirce, porque se cayó dos veces de la cama y no consintieron que hubiera una tercera, pese a sus quejas. Lamentos no hubo, porque Natalia asumió que vivir muchos años conlleva ciertas contrariedades, como compartir mesa en el comedor con una señora que parece que se peina con una piña. También tiene cosas buenas, porque hace todo ese tiempo que no plancha una blusa y sus hijos la llevan a comer todos los domingos a sitios fetén.
Se llama Natalia porque a sus padres no les dejaron ponerle Katiuska, como la protagonista de aquella zarzuela. Su padre, que tenía más carácter que un tertuliano desatado, le dijo al del registro que lo más ruso que tuviera en el menú, y Natalia se quedó. Lo hizo por pura chulería, porque cargaba a la derecha de toda la vida, pero no consentía que le tocasen sus acomodos ni lo más mínimo.
*Así comienza el artículo «La reina de lo vintage», publicado en El Norte de Castilla el 3 de agosto de 2023. Puede continuar su lectura aquí