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Mire usted, que diría aquel. Qué necesidad. Aquí no hay curas hablando de fidelidad sin límites ni amigos aludiendo a un juramento vacuo durante una cogorza milenaria. En la vida real los compromisos se ajustan a las necesidades. En el deporte, a los contratos. Y en la política, a ninguna de estas reglas y a todas al mismo tiempo.

Podemos decir que andamos los aficionados del Real Valladolid algo mohínos y mosqueados con la configuración de la plantilla para recuperar la categoría perdida (a pulso). Pero una cosa es hacerse abonado, seguidor, sufridor doliente y esperanzado, comprador anual de camisetas y demás parafernalia, y otra aquello de poner la cama. Viene esto a cuento de la diáspora de jugadores que hace menos de una temporada de El Hormiguero besaban el escudo de la blanquivioleta con fruición y empeño. E insisto en mi planteamiento inicial: ¿para qué? Si has nacido en Jamaica, Casablanca, Viena o Saldaña y no tienes ningún apego por el club, corre a morir, haz tu trabajo y cobra, muchacho. Esa es la contraprestación que buscamos los de los asientos y la cerveza (sin) de la grada. Besar el escudo pretende evocar un sentimiento de pertenencia que ya no se creen ni los chavales de 4.º de Primaria. Porque es falso, exiguo y efímero.

*Así comienza el artículo «Lo de besarse el escudo», publicado en El Norte de Castilla el 6 de agosto de 2023. Puede continuar su lectura aquí

Doctor Brown

Iba para inventor en los 50. Me quedé en el intento de escribir algo interesante. Vive y no dejes morir... de aburrimiento.

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