Como si estuviera a la intemperie bajo un aguacero de mil demonios. Es la sensación que me recorre de cabeza a pies por lo que estoy a punto de escribir. Me van a dar por todos lados, y seguramente con razón. Pero no por el texto, sino por la oportunidad.
“¿Cómo se te ocurre acordarte de esto con la que está cayendo?” ”Gente sin empleo y tú apelando a sentimientos y demás zarandajas”. Y todo así.
Si me dejan se lo explico: vivimos el mayor drama conocido por el mundo libre en cuarenta años. No se arregló, en su día, porque no se podía, porque no se supo o porque hubo otras prioridades. Y no va a tener fin en los próximos dos meses. Así de claro. Así de cierto. La gestión (busquen el culpable que prefieran según su filiación política más cercana) ha sido nefasta, inservible, insuficiente y, en general, caótica. Y aquí estamos. Noviembre. Sin la vida que hace un año acostumbrábamos a disfrutar y sin perspectivas de poder hacerlo a corto plazo. Creo que, hasta aquí, estaremos todos de acuerdo menos los hooligans destroza escaparates y anti lo que sea que, como buenas ratas, acostumbran a aparecer para sacar algo cuando más crispación hay (incluyan aquí ciertos nombres y apellidos de los que mandan en una u otra tribuna).
Pues en un mes llega la Navidad. Efectivamente, preparen sus fusiles porque allá voy.
No, no les voy a hablar de religión, ni de regalos. Ni siquiera de esa fe en lo que vendrá que ahora parece más necesaria que nunca. Les robo cinco minutos para explicarles lo que es querer y no poder.
Querer y no poder es haber llevado a cabo un negocio chiquitín, con unos ahorrillos de nada, dando empleo a dos o tres personas, invirtiendo (poco o mucho) en arreglar lo que se puede y haciendo hucha por lo que pueda pasar y, de pronto, verte sin nada a lo que agarrarte a corto plazo, sin expectativas y diciendo adiós al camino que elegiste hace un tiempo creyendo que, si no el definitivo, sería el correcto por un tiempo prolongado.
Querer y no poder es haber invertido unos años de tu vida en el estudio, la investigación o la simple (menuda simpleza) formación que ayude en la búsqueda de una plaza de trabajo estable y chocar con la realidad actual, esa que te revela que aquel anhelo no se va a cumplir por mucho que te esfuerces, que te cuenta al oído que tampoco lo esperes para más adelante, porque bastante va a ser mantener la nave a flote como para construir más barcos.
Querer y no poder es intentar, desde cualquier sector, pero quizá con más intensidad desde la sanidad y la educación, dar un servicio de calidad, adecuado, directo y darte de bruces con un escenario en el que los decorados van cambiando, el texto se suprime, alarga y acorta sin muchas explicaciones más que: “el espectáculo debe continuar”, aunque dicha “actividad” suponga mejores condiciones para salvar una vida, aportar cuidados, comprender bajones o transmitir enseñanzas básicas.
Así que he decidido centrarme, pese a lo que nieva afuera, en lo que quiero y puedo. Y a eso le voy a poner nombre. Navidad queda bien. Ya, entiendo que eso lleva otras connotaciones que, en buena parte, comprendo y asumo. Pero también, hechos históricos aparte, Navidad, grosso modo, siempre se ha entendido como aquella época para desear ser mejores, para probar de lo que estamos hechos. Para, por una vez al año, y aunque sea por una supuesta obligación moral, querer lo mejor para los demás. Una vez expuesto el prólogo, voy al meollo:
- Quiero y puedo promocionar cualquier negocio local que haya tenido que cerrar momentáneamente durante esta época o la primavera pasada. Total, me cuesta un ligero movimiento de dedo. Además, como no soy un generador de influencia en los demás (ni ganas), no tengo que preocuparme por mi imagen en redes. Y te voy a recomendar que cenes (cuando se pueda) en tal restaurante, que compres zapatos en aquella tienda de esa calle, que el café (en terraza aireada, por supuesto) sea costumbre diaria y que los dulces navideños y turrones siempre en las tiendas de aquí cerca.
- Quiero y puedo ser hombro y oído. En estos días previos a Navidad muchas personas van a necesitar desahogarse con alguien que atienda a su relato o apoyarse a recuperar el aliento en un hombro firme. Acostumbramos, mientras nos cuentan algo, a pensar la respuesta adecuada para dar. Pero, uno: no somos psicólogos (al menos yo), y dos: no nos están pidiendo nada más que consuelo y escucha activa.
- Quiero y puedo acompañar esto de banda sonora. Como dicen los que saben, el entorno ayuda. Podemos hundirnos en nuestros pensamientos más oscuros y regodearnos en nuestra nula fortuna, pero eso no nos va a sacar del atolladero. Seguramente esta opción que propongo, tampoco. Pero al menos, durante tres minutos y pico de canción, hasta puede que pienses en otra cosa. De aquí al 25 de diciembre voy a colgar dos o tres canciones navideñas por semana, con comentario incluido para que leáis un poco, que dice la OCDE que no lo hacemos nada (bueno, en Castilla y León, precisamente, hemos sacado buena nota en eso).
- Quiero y puedo no discutir. Me va a costar porque, sí, hay gente que se empeña en arrimar la perra gorda cerca de su opinión kafkiana. Pero dos no discuten si uno no quiere. Y yo decido pasar. Porque la otra persona va a necesitar un resuello en su día y no tengo manera de saber el saco de porquería que arrastra en su vida diaria ni cuánto tiempo lleva tirando de él para que el peso de este no le tumbe. Mi pequeña aportación es no llevar la razón en una argumentación que, a buen seguro, tampoco va a conllevar la cura del cáncer, la paz mundial o la vacuna de este jodido virus. Así que, si no es por cualquiera de esas tres cosas, “París bien vale una Misa”.
Ahí va mi parte. Si alguien quiere contribuir con algo más en estos días inciertos, bienvenidos sois a esta plataforma. Afuera va a seguir nevando. De nosotros depende limpiar cada día el camino sabiendo que los copos, por la noche, volverán a caer. Pero recordad, si lo dejamos mucho, la nieve nos cubrirá. Yo elijo escuchar canciones mientras salgo con la pala.