Madurar debe ser una técnica reservada a seres avanzados que jamás desean aquello que no tienen. En mi caso, por desgracia, no creo que haya llegado a tal nivel del nirvana evolutivo.
Mis últimos dos años han sido difíciles. Engorrosos, ásperos, exigentes, decepcionantes… Me vale cualquiera de los anteriores adjetivos, o todos a la vez. Hace unos meses decidí que me iba a apartar de todo lo que no fuera necesario de un modo absoluto. Y casi lo he conseguido. Es curioso que, ahora, empiezo a echar de menos esa parte «accesoria» de mis días. Me noto flojo, falto de motivación alguna. Soy un náufrago en un bote que se dirige a ningún sitio. Y, aunque veo las islas cerca, no termino de gobernar el rumbo hacia allí.
Se supone que uno desarrolla su carrera de modo ascendente, con los habituales accidentes, por supuesto. Yo, como soy un insatisfecho crónico, he plantado mis reales en el suelo y he marcado una raya con un palo. Un nuevo inicio. Empezar de cero en varios ámbitos. Y aquí estoy, encontrando las fuerzas para tomar impulso y lanzarme.
El problema radica en no encontrar ese botón con una m mayúscula que marca el comienzo de la nueva era. La letra se refiere a la magia que surge de las nuevas ideas, de la sensación de precipitarte a lo desconocido o inexplorado (al menos, por ti). Así que, ente tanto, me dedico a vagabundear entre discos antiguos, logros y decepciones en Tokio y las infames redes sociales.
Al menos tengo claro que a estas últimas les quedan un telediario, en mi caso. Se acabó el utilizarlas como «medio de información». Me ha costado, pero he concluido que informan poco, distraen mucho e intoxican más aún. La suma me sale negativa, qué le vamos a hacer. Si hay que usarlas a modo divulgativo, se hará para conocer estrenos de cine (al que he vuelto por dos ocasiones esta semana), novedades musicales para cuarentones irredentos o los horarios del (los) equipo de mis entretelas. Pero hasta ahí. Nada de leer respuestas, comentarios ni hilos a consecuencia de. Finito.
Mi vacío vocacional veraniego va a terminar pronto, lo sé, pero me fastidia haber desperdiciado unos días en un estercolero gris llamado nada. Mis amigos (los buenos) me dicen que este pequeño «paso del estrecho» es necesario, dado de donde vengo. Y es inteligente pensar que parar y mirar alrededor sea lo adecuado para decidir el próximo itinerario en este cruce de caminos.
También creo que existe algo egoísta en decir adiós, como yo lo he hecho a varias ocupaciones. Cuando lo pronuncias en alto es una liberación (si es meditado). Pero, cuando pasa el tiempo y las cosas siguen a su velocidad sin tu presencia, duele un poco. «No eres imprescindible, pelele». Y decirlo, creo, es el primer paso de ese madurar que decía al principio.
Siguiendo por ahí, madurar es darse cuenta de que estas letras no tienen un objetivo mediático, sino que aparecen a modo de catarsis. Me leen algunos y con eso me vale. Mi mujer me corrige el estilo y los más cercanos podrán influir en mis futuros textos y actos. Y esa es otra de las enseñanzas recientes (lo que estoy creciendo en poco tiempo, chico): eso de que a mí nadie me influye, tararí. Todo lo que tienes en tu entorno, sobre todo las personas, tiene efecto sobre ti. La gracia del asunto es decidir a qué vas a ser permeable y a qué no. Simone Biles puede permitirse estar agotada mentalmente o no sentirse bien en un momento, porque ha sido la mejor del mundo en muchos otros estando a la altura de su ranking. El resto del planeta, políticos incapaces incluidos, puede escribir desde su sofá que ha hecho muy bien o que debería sobreponerse, creyendo que tienen un gran impacto sobre su ecosistema virtual, pero eso no importa un carajo. Lo único trascendente es lo que la buena de Simone, dado su bagaje, decida asumiendo las consecuencias.
Y en eso estoy yo: en asumir que no se puede tener todo en la vida. Que si quieres tiempo para ti, para descansar o resetearte, no puedes andar al retortero. Que si eres una persona eminentemente activa, necesitas dinamismo, pero debes, cada cierto tiempo, compatibilizarla con il dolce far niente.
El cuarto café de la mañana está casi tan apurado como esta columna itinerante que viaja, a menudo, entre los sentimientos propios y las inquietudes ajenas. Hoy, ha tocado algo más personal y quizá, sólo quizá, era necesario mirarse en el espejo, decir «espabila, chaval» y mirar al horizonte. Y puede, como lo que hizo Simone Biles, que esto sea madurar.
PD: mientras terminan de subirse estos párrafos a internet, la gimnasta norteamericana ha conseguido la medalla de bronce en la barra de equilibrios. La traducción es que ha logrado aquello que se proponía en estos juegos. Y no era ser la mejor ni contentar a seguidores. Tampoco dar la razón a tanto tuitero de cuarta con posesión, bendita ignorancia, de su verdad total. Sólo ha competido contra sus dificultades. Y, en gran parte, ha vencido. Lo dicho, madurar (a golpes de vida).