Es una pena que esto termine. Que no haya más paseos buscando refugio del sol bajo los soportales de Fuente Dorada. Que no dispongamos de más ratos de cola interminable en el Desierto Rojo para gastar con tanto beso. Que ya no busquemos la farola estropeada junto a Poniente para perder la cabeza y los pantalones.
Tú, tan de tinto con limón y yo, mucho más de clara con gas. Debería haberlo visto en aquel momento, pero me nublaron tus ojos y ese entusiasmo por comerte el mundo. Para mí un huevito en Casa Tino hubiera sido suficiente, pero me dejé arrastrar por tu ambición y mira, empacho. Hay que ver cómo es el amor, que diría Abraira. Un asesino silencioso enganchado a los caprichos del destino como si fuera una adicción.
Cuando nos conocimos, en una cita a ciegas infame pergeñada por dos amigos comunes, sonaba La Casa Azul. Tú no parabas de tararear la letra, y eso que yo trataba de embaucarte con una anécdota apasionante sobre la historia del Puente Mayor. Y zas. Te levantaste, me cogiste la mano y empezaste a bailar obligándome a seguirte. A mí, que perdí el ritmo mucho antes que la virginidad y sigo sin encontrarlo.
*Así comienza el artículo «Sueño de unas noches de verano», publicado en El Norte de Castilla el 17 de agosto de 2023. Puede continuar su lectura aquí