Se me va la vida. El otro día me dijeron, sin avisar, ni pedir el teléfono ni nada, que ya le he dado la vuelta al jamón. Que he gastado la mitad de mi ciclo vital, y eso con suerte. Como si hubiera echado una moneda de cinco duros a la máquina y ya pusiese lo de game over. No es un estar en las últimas, pero le deja a uno una cosilla mala, como de catarro traicionero de primavera vallisoletana que te congela el alma. Y cuando te ves así, vuelves a casa y empiezas a agarrar fotos como se agarra un huérfano, en las películas, a la pierna de los señores López de Garagalla: «No me dejen, que soy majo a rabiar».
En estas, uno se aferra a los recuerdos. Y siempre a los de los días felices. Seguro que hubo más findes áridos que frondosos, pero estos últimos ocupan más espacio. Esos en los que lo dabas todo hasta horas intempestivas un sábado, acompañabas a alguna chavala a casa, pasabas por el kiosco de la Circular (que era el primero que abría en la ciudad) y por la panadería de Mari Tere, en la calle Cervantes, a por un ocho de chocolate. Y desayunabas en casa leyendo El Norte y ojeando el Marca mientras el amanecer asomaba por las rendijas de la persiana.
*Así comienza el artículo «La vuelta al jamón», publicado en El Norte de Castilla el 25 de mayo de 2023. Puede continuar su lectura aquí