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(relato participante en el concurso de historias de AMOR, organizado por ZENDA y patrocinado por IBERDROLA)
 
– Papá.
 
El gris de los ojos de Mariana estaba apenas a veinte centímetros de mi cara y ni siquiera la había sentido acercarse. Últimamente estaba perdiendo el equilibrio. Demasiados problemas, demasiada tensión, demasiado estr…
 
– ¡¡Papá!!-insistió.
 
– ¿Qué quieres? ¿No ves que estoy contestando unos correos del trabajo?-me excusé.
 
– Es que te quiero preguntar una cosa.
 
– Ah, ya, la merienda-contesté soltando una mano del dispositivo. Hurgué en la mochila azul que estaba a mis pies-. Aquí está, un bocata «estilo la abuela» de choriz…
 
– Papá, que no tengo hambre. Que te quiero preguntar una cosa.
 
Me centré, ya era hora, en los cuatro años y medio de mi hija y su inquietante, y aún desconocida, pregunta.
 
– Dispara, cariño.
 
Tenía el chip del trabajo. Preguntas y respuestas rápidas. Análisis del hecho disruptivo, búsqueda rápida de soluciones sin centrarme en el fallo ni las causas. Sacudí la cabeza. La niña miró con extrañeza y continué:
 
– Quería decir que me hicieras la pregunta, que ya estaba preparado.
 
– Ah, vale.- La niña miró hacia abajo, tímida a su manera, y comenzó.- Hoy en el cole nos han hablado de un montón de cosas bonitas. Teníamos que escribir su nombre dentro de nubes y pintarlas de nuestros colores favoritos. La profe nos ayudaba si eran nombres difíciles.
 
La situación era sencilla de imaginar. Mariana extendió su explicación:
 
– Así que pinté la risa de violeta, porque me gusta mucho reírme y el violeta es mi color favorito. También escribí amigos, aunque la letra g me costó un poco, es muy difícil, y pinté su nube de verde clarito que es el color de la hierba de la casa del pueblo de la abuela, que también me gusta un montón…
 
El escenario se ampliaba y estaba a punto de retomar de nuevo, y de soslayo, la conversación de texto que mantenía desde el teléfono mientras escuchaba. Hasta que llegó a donde quería.
 
-…pero, papá: nos hablaron del amor. Y yo no sé qué es el amor. Así que lo escribí, porque es una palabra muy fácil, pero no supe de qué color pintar su nube.
 
Esperé. Juro que esperé que llegara una pregunta más concreta. Pero la cara de Mariana se limitó a observarme con interés y girar un poquito el cuello hacia un lado, a la vez que jugueteaba con sus dedos esperando que arrojase luz a su inquietud.
 
– Mi niña, hemos hablado muchísimas veces del amor.
 
– No es verdad-replicó la pequeña.
 
– A ver, cuando mamá y yo te decimos que te queremos mucho…
 
– Pero eso no es amor, ¿no? Eso es querer. Mamá me explicó algo de las cosas que se hacen. Si estoy corriendo, eso es correr. Si me estoy bañando, eso es bañar. Pero si os quiero eso es querer, ¿no?
 
Aunque me daba la risa floja por dentro, a la vez mi mente intentaba buscar una explicación a la altura de las alrededor de doscientas cincuenta palabras en las que se basaba el lenguaje de mi hija.
 
– Cariño, es lo mismo.
 
– No es lo mismo, papá. Dime qué es. Porque querer es si me queréis, y amor será si me «amoráis».
 
Se me escapó. Lo envolví en una tos. Mantuve el tipo para que la niña no pensase que no la tomaba en serio.
 
– Mariana: querer y amar es lo mismo. Ama el que siente amor y quiere el que…
 
– ¿…siente queror?
 
La cosa estaba tomando un cariz tragicómico.
 
– A ver… Cuando tú sientes amor hacia alguien, quiere decir que quieres ayudar a esa persona, pasar tiempo con ella. Lo pasas muy bien a su lado.
 
– Entonces yo siento amor por la abuelita Conchi.
 
– Exactamente-respondí, aunque realmente la mención del nombre de mi suegra no fueran campanas doblando en mi cabeza-. Y a la vez, porque es lo mismo, quieres a la abuelita.
 
– Ya… Pero entonces tú no sientes amor por mamá.
 
La bomba cayó con estrépito. Miré a ambos lados del parque por si la madre de alguna compañera de la niña andaba cerca.
 
– Pues… No, cariño, ya no.
 
– Pero un día me has dicho que tú nos querías a mamá y a mí porque nunca ibas a dejar que nos pasase nada malo ni nos faltase nada. ¿Te acuerdas, papá? Fue aquella noche que tenía miedo y no me dormía, y mamá no estaba.
 
Mi cara empezaba a tomar un tono bastante menos vivo.
 
– ¿Ves, papá? A mamá la quieres pero no la… ¿amas?-acertó a concluir la niña.
 
Ante un ejercicio de razonamiento tan lógico y aplastante como el suyo no me quedó más remedio que aceptar la derrota:
 
– Algo así, cariño. Más o menos.
 
La niña se dio la vuelta y se fue dejando las cosas claras:
 
– Lo que yo decía. Si la quieres pero no la amas no es lo mismo amar que querer.
 
Sus piernecillas corrían hacia el tobogán y media sonrisa comenzó a esbozarse en mi semblante. Podía haberle dicho que amar es el cum laude del querer. Que ese amar se construye sólo a base de momentos esporádicos. Que respetar es el sótano de querer, y que nunca debe cerrarse la puerta de esa estancia, aunque el día a día intente erosionarla. Y que, habitualmente, todo va unido, y todas son palabras que botan en nuestro camino. Que los hechos y las actitudes dan valor a esas letras que parecen tener significado…
 
Pero, ¿para qué? Que quiera. Y cuando llegue su momento, que ame. Y quiera. Y respete. Y escriba las palabras. Y pinte las nubes de violeta.
 
Veamos, correo, responder a todos: Estimado departamento de…
Doctor Brown

Iba para inventor en los 50. Me quedé en el intento de escribir algo interesante. Vive y no dejes morir... de aburrimiento.

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