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Un perro verde. Eso dicen de mí. Yo creo que tampoco es una dolencia grave ni para mirarme cuando paso por la calle. Es lo que hay. Viene al caso porque en el trabajo (en el otro) todos me ven llegar estos días con cara de haber bebido vino malo, que es algo que no debería estar permitido. El asunto es sencillo y la mayoría sabe la razón: hace calor. Sé que hay gente más famosa que yo que ha escrito en estas y otras páginas sobre su odio al verano. Lo respeto. Yo no llego a ese punto, pero tengo una relación con el estío cercana a la ignorancia mutua. Él se empeña, en claro conchabamiento con el sol y los movimientos de la Tierra, en amargarme los paseos con temperaturas que derriten las farolas, las siestas con cotas térmicas propias de Namibia y las noches impidiendo una brizna de aire que dé un ligera tregua y me permita soñar con mi adorado noviembre. A cambio, yo reniego (con los deditos cruzados) de mi tierra durante esos meses y busco el verano de sudadera y 18° a las ocho de la tarde tan propio del norte. Lo que les decía, tolerancia recíproca.

Por poner las cartas sobre la mesa, les diré lo que me gusta del verano: las vacaciones y la extra. Ya está. El resto de los ingredientes los rechazo como uno aparta las coles de Bruselas de un apetitoso plato de carne. Sobran. Voy a dar varias razones y, como soy raro en este sentido, no me van a entender ni dar el beneficio de la duda. Pero me importa lo mismo que el diálogo a Yolanda Díaz. Me expongo, cuento lo que he venido a decirles y me voy.

*Así comienza el artículo «Rara avis», publicado en El Norte de Castilla el 19 de junio de 2023. Puede continuar su lectura aquí

Doctor Brown

Iba para inventor en los 50. Me quedé en el intento de escribir algo interesante. Vive y no dejes morir... de aburrimiento.

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