Si lee esto hoy, como es preceptivo, o el viernes, porque el día anterior ha tenido usted yoga, brisca, ganchillo, pádel o senderismo, está a tiempo. En caso contrario, se lo ha perdido.
No habrá sido como no ver aquel gol de chilena de Fonseca, el Billie Jean de Michael Jackson en Zorrilla o el estreno del Hello Dolly de Concha Velasco en el Calderón. Ni falta que hace. Porque tengo la sensación de que Hombres G no pretenden hacer más historia de la que llevan a cuestas. Su única intención es que el público lo pase bien. No son virtuosos, pero conocen los trucos del negocio. No están en lo alto de las listas, pero te sabes más de diez de sus canciones. De corrido. No están de moda (gracias a Dios), pero tres generaciones de la misma familia van a sus conciertos.
Llamemos a las cosas por su nombre: cuando yo era un jovenzuelo con más pelo, más músculos y mucho menos criterio, renegaba de los de Summers por una miríada de cosas que no vienen al caso. Decidieron desaparecer del espacio musical durante años y no lloré su pérdida. Cuando volvieron, había ganado experiencia, disgustos, fracasos y algún que otro logro. Como la mayoría, supongo. Y ahí, justo ahí, aprecié, como el que se reencuentra con una caja llena de polvo en el desván de la casa de sus padres, que tenía mucho más en común con esta banda de lo que mis complejos o chulería querrían reconocer.
*Así comienza el artículo «Muy bien», publicado en El Norte de Castilla el 22 de junio de 2023. Puede continuar su lectura aquí