Los que lleven más años en el asombroso mundo del pop seguramente reconocerán a la primera ese estribillo. Lo cantaba Miqui Puig, al frente de un grupo sin grandes pretensiones musicales llamado Los Sencillos.
Esto sirve de prólogo a la historia de hoy. Podríamos comenzarla… así: Sí. Yo, confieso. O yo, pecador. Elegid y fustigadme. Asumo mi “culpa”. Pero la curiosidad me atrapó cuando un buen amigo me dijo: ya sé que no “es de tu palo”, pero echa un vistazo a las clases de “cultura musical” en esta edición de OT.
Partamos de un punto cero. ¿Me gusta OT? No. ¿Me gusta la música? Podría decir que es un cincuenta por ciento de mi vida. Si esto fueran matemáticas, despejaríamos la X que significa: “¿entonces qué coño haces viendo ese programa?”, y daría como resultado que todo lo que tiene que ver con la música me interesa.
Para los que os negáis por principios a ver el reality os pondré en antecedentes: el día se divide entre ensayos, clases y vida contemplativa. Los ensayos pueden ser dirigidos o no, hay diferentes clases con desiguales cargas horarias y durante el tiempo libre surgen los momentos jugosos para aquellos a los que la música, en sí, se la trae al pairo.
A lo que voy, y ya me centro, es a la parte práctica, la de las lecciones. Hay clases de técnica vocal, forma física, activación corporal, vida sana, yoga, protocolo, interpretación, baile urbano, baile de salón, coreografía… y cultura musical. Para esto último hay una hora a la semana. Algunas de las otras actividades tienen dotación diaria. A simple vista parecería que lo importante es que los chavales se sepan mover. Y puede no rechinar, ya que los críticos con el formato destacarían que es un concurso de intérpretes, es decir: canta esto, muévete y listo. Si se enfocase en plan: mira, Mick Jagger, Steven Tyler… La mayoría de los grandes llevan entrenadores personales en las giras (y en su vida diaria) porque no se puede pretender vivir de estar dando brincos o corriendo por el escenario y cantando bien dos horas al día si tu capacidad respiratoria y condición física no es excelente, me parecería una orientación y argumentación fantástica.
El problema estriba en que lo que se saca en claro es lo que ponía unas líneas más arriba (aunque haya claros ejemplos de lo contrario muy recientes: Alfred, un tío muy soso pero (parece) con talento, y Amaia, de la que seguimos esperando un álbum completo para poder ser valorada en su justa medida).
Hete aquí que aparece Miqui Puig, un señor mayor (eso lo dice él. Cincuenta tacos es la vara de medir justa para juzgar ciertas cosas desde la cercanía y, a la vez, la perspectiva de haber conocido más cosas que lo inmediato) como profesor de cultura musical. A pesar de lo deslavazado de la clase, de su discutible eje argumental, de los bandazos (todo esto en mi humilde opinión), consigue pasar de una canción maravillosa (y, puede que para ellos, desconocida) a otra a través de anécdotas. Es como el juego de las palabras encadenadas (taza–zapato) pero con artistas y temas que han superado el juicio del tiempo: entro con Aretha Franklin, porque ha palmado hace poco, y te lo llevo hasta Carole King porque en un homenaje, antes de morir, hace su (You make me feel like) A natural woman. Aprovecho para decir que el Respect que interpretarán los chicos (me temo lo peor…) no es original de la diva, sino del no menos mítico Otis Redding. Como el Pisuerga pasa por allí (o no), suelto que hay más tíos negros que hacen cosas brutales, como Bill Withers. Y que el soul bebe de una rama de la música tradicional americana. Y que tuvo que venir un señor negro, radicado en el jazz y el soul, como Nat King Cole, a retomar la nuestra (boleros) y, encima, en castellano. De aquí se pasa a lo instrumental, a Chavela, e incluso a Pulp (por esto comento que la clase, en sí, no tiene un rumbo concreto, sino que se “deja llevar”).
Cuando dieciséis jóvenes se emocionan con canciones de hace cincuenta años, cuando quieren tenerlas en su reproductor para poder escucharlas en cualquier momento, cuando lloran con la emoción que desprenden letras, acordes… es que la magia sigue en al aire y la llama encendida. Quiere decir que la tiranía de la mal llamada (actualmente) radio fórmula no es eterna. Significa que esos mozos (no voy a entrar en lo de y mozas) están pidiendo a gritos, sin saberlo, un filtro que, de cuando en cuando, canalice sus inquietudes. Porque está muy bien salir un sábado a bailar Ni la hora con los colegas o pasarte el verano bajando y bajando con La cintura de Álvaro Soler. ¿Qué problema hay? Todos lo hemos hecho en diferentes etapas de nuestra vida. Pero también tiene que haber espacio para la música, las canciones, que trascienden los momentos y las modas. El espectro musical ahora es tan amplio, (Miqui lo decía) que puedes encontrar todo a golpe de clic en menos de un minuto. Es difícil escoger.
Por todo el ladrillo contado hasta esta línea me parece que estas clases son una gran idea: porque para los miles de chicas que ven desde su casa los resúmenes, esta hora semanal (señores de Gestmusic, un par a la semana, por favor) es una espita por la cual entrar en un mundo semidesconocido o “pureta” que tiene más tesoros escondidos que Jack Sparrow. Porque su manera de interpretar (y, ojalá, de componer) va quedar modificada para siempre. Porque, entre otras cosas, tienen a alguien (y no soy en absoluto fan del señor Puig) que les ha dicho, nada más comenzar, que abominen de la palabra éxito (triunfo) y que tengan presente que la música es una carrera de fondo, que disfruten de los momentos de gloria porque la fase normal es ser algo más que mileurista y que la industria tiene mucho “barro”.
Por eso es importante que esa clase, y por ende, el señor Puig, “no se vaya de aquí”. Más cultura musical, please (please me).
PD: hay una cosa en la que no estoy del todo de acuerdo con el cantante de Bonito es: comentó que había dos clases de música: “la que te gusta y la que no”. Un productor y técnico de sonido de éxito en este país, Felipe Guevara, me dijo hace años que sólo había dos clases de canciones: las que iban a tempo y estaban afinadas y las que no. Huye de las segundas. Quincy Jones (espero que un día les hables de él, Miqui) dice en un documental que ha explorado todos los estilos de música del mundo y se había dado cuenta de que, en realidad, sólo hay dos: la buena y la mala.
Joder, con Quincy. Me quedo con un poco de las tres maneras de verlo.