Aunque sea curioso, voy a empezar esta entrada sin hablar del artista. Pero es que hablar de un productor como Carlos Raya es para arrodillarse, hacer una reverencia, voltereta y doble mortal. Fito, M Clan o Quique González pueden dar fe del salto que provoca el que fuera guitarrista de Sangre Azul en los gratuitamente difamados 80. No soy un exquisito conocedor de los entresijos de la producción musical pero los últimos trabajos que han contado con la dirección a los mandos del sr. Raya suenan con un empaque y una contundencia que da gusto bendito escucharlos.
Y en este momento paso a nombrar al artista del que toca. DON (con mayúsculas) José Miguel Conejo (alias LEIVA para los no iniciados) ha conseguido a lo largo de los últimos años devolverme la fe en ciertos aspectos que pensé perdidos absolutamente. Dejo claro que M Clan, para mí, son el GRUPO de rock en castellano y dudo mucho que alguien ocupe su lugar antes de que los gusanos se jalen este cuerpo serrano. Pero Leiva ha representado en España lo que otros grupos anglosajones o artistas en solitario han hecho durante décadas. Fue divertido ver a Pereza pasear su pose de colgados por los escenarios a través de unos cuantos discos. Sabor a vinilo rallado, olor a tasca de las de jarra de cerveza y tabaco de liar. Y chulería. A raudales. De la de «te voy a dar lo que quieres y sabes que te va a gustar». O de «me importa un huevo lo que digas porque soy una jodida rock star».
Después de la separación de Pereza, llegó esa temida época en la que la parte del grupo que se queda con la voz (los cantantes) se enfrentan al dilema de que, hagan lo que hagan, les compararán con su etapa «grupo». Y los que se quedan sin el «reclamo característico» (en este caso, Rubén Pozo) se juegan la vida a buscar el reconocimiento con un nombre pero con poca promo. Creo que Leiva con su primer disco en solitario se enrocó en demostrar que tenía una personalidad propia como autor muy diferente a lo que era su banda. Que tenía más en común con Sabina o Quique González que con seguir los designios propios de unos Stones, Black Crowes, Kinks, etc. Eso provocó un disco tan íntimo que resultaba difícil de digerir para todos los paladares (y a buen seguro un placer orgásmico para todos esos críticos que gustan de filetear sin piedad cualquier obra mayoritaria (a priori) y ensalzan proyectos tan eclécticos que suelen aguantar dos escuchas y se pasan el resto de su vida acumulando polvo en un estante).
Creo, personalmente, que en ese punto es Juancho, el hermano de Leiva, con sus Sidecars el que toma el relevo de lo que se esperaba de la mitad de Pereza. Y aquí entramos en discusión: ¿qué debe hacer uno? ¿lo que se espera de él o lo que quiere? Y yo pregunto: ¿Y por qué no pueden coincidir ambas siempre que, como artista, decidas sin presiones externas? Y eso es lo que creo que ha hecho Leiva con «Pólvora». Grabar el disco que le ha salido de las tripas sin preocuparse de vínculos populares o de cercanías con estilos, bandas o cortes pasados. Fijaos que voy a destacar un único momento que no me gusta: la entrada de «Terriblemente cruel» tira demasiado a Fito Cabrales. Si exceptuamos eso encontramos un álbum redondo. De arriba a abajo. De izquierda a derecha. Letras, melodías, voz, guitarras. El estribillo de «Afuera en la ciudad» parece recorrer las calles cada noche aullando… «Palomas» parece a momentos cantada por un Calamaro aún lúcido… «Del hueso una flor» ataca directo y sin ambages… «Vértigo» disfraza de sencillez un cúmulo de cosas por decir (prueba tú a hacer una canción de casi tres minutos sólo con tu voz, un coro y un mute de guitarra que podría hacer cualquier chaval de ESO… y que sea cojonuda)… Podría recorrer todo el repertorio pero destaco mis tres preferidas: «Hermosa taquicardia», «Ciencia ficción» y «Francesita». Quizá no haya razones específicas o quizá sea lo diferentes que son entre sí.
Predilecciones aparte, «Pólvora» destaca sobre la gran mayoría del panorama pop o rock en castellano por honradez, por sinceridad y porque destila una cultura musical de cojones. Si los chavales de edad escolar conocieran tanto a Free o Janis Joplin como los medios se empeñan en que conozcamos a Don Omar o José de Rico, el mundo no iría mejor… pero seríamos más felices. Al menos algunos.