Los entendidos dicen que los héroes se convierten en tales cuando mueren o sufren una pérdida. A veces, hasta logran su objetivo, pero a costa de un alto precio. Nada es gratis.
Aula Alimentos de Valladolid lo ha conocido de primera mano este fin de semana. Es posible que sea la punta de lanza de los clubes deportivos femeninos de la ciudad. Quizá pertenezca a lo que podríamos llamar “élite”, salvando las distancias de presupuestos y recursos (en dedicación, lo es). En una temporada difícil puso su empeño en el torneo del frente a frente: la Copa de la Reina. Un tú contra mí y, el que resulte vencedor, contra el siguiente. Hasta que sólo quede uno, como en Los inmortales. Pero la esperanza no es aliada de los avatares. Hasta tres jugadoras de las, podríamos decir, fundamentales fueron cayendo lesionadas. Heridas en batalla deportiva. Sus compañeras, como buen “ejército”, suplieron sus bajas con acumulación de casta, orgullo, cansancio y esfuerzo mil veces superior a lo físicamente recomendable. Y, así, cuando algunas de las primeras empezaban a poder pisar la cancha, cayó una más. La puntilla.
Con esos mimbres se presentó Aula en Baracaldo. Rodillas maltrechas, fibras rotas, dedos fracturados y espaldas soportando el cuádruple de su peso durante demasiados envites. Carne de cañón.
Pero el Aula, como buen héroe, sabe algo que el resto ignora: que la suerte no existe. Que se busca, se anhela, se pide a gritos con trabajo. Y con lágrimas. Pero esto sólo al término de cada liza. De tal manera, superaron el primer obstáculo con jugadoras sin descanso, otras a medio recuperar y aporte del bloque. Las ideas del “maestro” (todo héroe tiene uno) calan: disfrute, honor, lecciones de vida… Los contrarios no dan crédito. “No puede ser”, murmuran.
Al día siguiente, triple salto mortal: las sanas, exhaustas. Las débiles, más mermadas aún. Roles cambiados, exigencias difíciles de asumir. Y horas después, nuevo combate. El rival, prevenido (y también falto de algún efectivo) propone una lucha sin cuartel ni descanso. Matar o morir. Muriendo. El bando ganador se llevará los laureles efímeros, pero no podrá caminar mucho más. Y Aula creyó más, lucho más. Y las sanas ofrecieron su salud. Y las enfermas, su enfermedad. Todo al servicio del triunfo. Y se logró. Pero a qué precio.
Sólo quedaba el asalto definitivo. Pero este boxeador apenas podía subir al cuadrilátero. Lo lógico sería ofrecer la mandíbula, mellada y dolorida, en el primer intercambio. Caer a la lona y, por fin, descansar. Pero eso es no conocer al Aula. No saber que el Aula mira a los ojos y soporta el reto, no baja la cabeza y aguanta golpe tras golpe, levantándose una y otra vez, sabedor de que los puntos alejan la victoria de su rincón. Pero se vuelve a erguir. Hasta que suena la campana.
El Aula perdió una final, pagó su gesta con sangre… pero ganó un recuerdo. El que hará que, en un futuro próximo, se convierta en héroe con corona. La vida, como algunos dicen, siempre da revancha. Si la buscas, eso sí. Y el Aula la está buscando ya. Los héroes -las heroínas- siempre la acaban encontrando.