Un desafío: pensad en alguien que, cuando habláis de un dolor de cabeza, siempre le duela más. Si salís hasta las seis de la mañana, llega a la hora del almuerzo. Si tenéis un perro sabe exactamente cómo criarlo. Agotador, ¿eh?
Hace tiempo (mucho, pero no el suficiente) tenía un conocido que se las gastaba así de fino. Estoy seguro de que muchos os sentiréis identificados (no con él, sino conmigo).
Al grano. Este “amigo” siempre era el “que más” o el “que mejor”. La reina en el baile (quizá él dijera prom queen, por aquello de destacar más, aunque fuera un tío). Daba igual el tema, el ámbito, el campo… Podría apostar a que hubiera tenido algo que decir si la conversación hubiera tratado sobre la alineación de una nave y una estación espacial o sobre la manera correcta de cocinar unas carrilleras a baja temperatura con parmentier de patata bimi y portobello (gracias, La cocina de Manuel).
También era (creía) el adonis más deseado de la “plaza” en la que nos encontrásemos. A los hechos me remito: si llevabas un par de semanas mirando (sin mucho énfasis, que uno era tímido) a la rubia del jersey azul que estaba con sus amigas junto a la columna, “ya le habían dicho que estaba detrás de él”. Si descubrías a alguna chica que no habíamos divisado nunca por el bar de turno, él la había visto primero. Sí, un coñazo absoluto de “amigo”. Con carisma, eso sí, y un don de gentes típico de los encantadores de serpientes. La estrella en la alfombra roja, el muerto en el entierro y el novio que eclipsa a su reciente esposa en la boda. Lo jodido es que el pavo era bueno en eso, guapete… Canallita, que diríamos ahora. Pero no. No era ni Beckham al fútbol, ni Pitt con las mujeres (un Muñoz-Escassi, lo más) ni Sabina en lo noctámbulo.
Hace poco me lo encontré. Los años, a pesar de habernos tratado a ambos con cariño, nos enseñaron que cuando Iniesta metió aquel gol ya éramos talluditos:
– Él: Hombre, ¿qué tal te va?
– Yo: ¡Cuánto tiempo!
Os ahorro los cinco minutos de conversación protocolaria intrascendente:
– ¿Tienes hijos ya?
– No, todavía no hemos p…
– Pues yo tengo tres.
El ansia le sigue pudiendo. Necesita esa posición de preponderancia sobre el resto para mantener su estatus.
En su día, recuerdo, su grupo cercano giraba alrededor de él como los anillos lo hacen en torno a Saturno. Y así lo manifestaba: “yo tiro, y el que quiera, que me siga”. Y eso hacían. Hacíamos. Aunque yo me fui descolgando desde el principio. Mi aura de chico triste y solitario (y algo pringadete, todo hay que decirlo) podía más que el estatus que me pudiera ofrecer. Básicamente, porque no ofrecía nada. Era todo para él. Y apenas dejaba sobras. Y, si las dejaba, te hacía ver que eras el destinatario de su magnánimo y particular boxing day.
Los tiempos han cambiado para todos. Supongo que mantendrá su vida clase A. Yo, curiosamente, conservo amigos comunes de aquella época. Él, comunes, lo dudo. A buen seguro, tendrá que ver el afán por recibir permanentemente el mejor galardón y minusvalorar de lo que disponen los demás. Quizá haya sufrido lo mismo a cargo de alguien que quiera más y sea más que él, pero no lo habrá aprendido. Porque en su cabeza, donde manda y rige el “yo siempre más”, habrá sido él quien haya desestimado esa amistad o relación.
Menudo era…
Menuda gente.
PD: no, en realidad no se trata de una persona en concreto, sino de varias que forman un arquetipo. Seguro que cada matiz os transporta a alguien que jugaba ese papel. Quizá aún lo juegue y esté cerca. Si es así: huid, insensatos.