Prólogo: todo lo que viene a continuación se refiere a la música del siglo pasado y lo que llevamos del presente. En ningún caso opino, ni estoy capacitado para ello, de música clásica. Aviso porque, como las pedradas van a ser sonoras y abundantes, al menos así las lanzaréis con menos saña.
Llevo al menos media vida escuchando a mi alrededor comentarios acerca de eso que se da en llamar «buena música». Curiosamente siempre se basan en criterios bastante objetivos dentro de la subjetividad que procura la mentalidad de cada uno. Normalmente esas varas de medir ensalzan lo catalogado como «bueno» y denostan lo «malo». Y he concluido, tras dichos años de estudio o escucha concienzuda, que eso llamado «buena música» no existe.
Antes de que me empiecen a caer gorrazos por todos lados o la más profunda de las ignorancias suma este artículo en el abismo de la indiferencia, intentaré explicarme. Siempre he partido de la base de que hay una canción para cada momento y un momento para cada canción (esto se lo he calcado al gran César Pérez Gellida). Hay canciones más completas y otras más sencillas, unas más intrincadas y otras más directas. Metallica pueden estar nueve minutos demostrando su virtuosismo. Ramones apenas necesitan minuto y medio (y de virtuosos, poco). Beyoncé puede aglutinar ocho compositores para cualquiera de sus temas. «Bohemian Rhapsody» fue escrito en exclusiva por Freddie Mercury. Otis Redding estremecía en los sesenta con apenas su voz y una guitarra pelada. Adele lo hace en nuestros días. Lo que quiero decir es que no hay un baremo justo para determinar qué canciones son buenas y cuáles malas. Cada uno tiene sus gustos, más o menos basados en una experiencia de lo oído. ¿Y quiénes somos los demás para cuestionarlos?
Seguramente los musicólogos versados estarán apuntándome con sus dardos envenenados basándose en cuestiones profundamente enclavadas en las matemáticas que forman las partituras y el solfeo. Pero si preguntas por ahí, el 90% del «vulgo», del «pueblo llano» que escucha música, te dirá que se trata de emociones. Y eso, le duela a quién le duela, lo pueden provocar desde Led Zeppelin hasta Hombres G. Como dije en una entrada anterior lo que está MAL es lo desafinado o fuera de ritmo. El resto…
Me encanta escuchar a los «poseedores de la verdad suprema» destripar grupos o temas tomando como filtro que han escuchado muchos discos. Por esa regla de tres, en breve iré a la Federación Española de Fútbol a que me hagan seleccionador, ya que llevo muchos años viendo partidos. Muchos escriben en periódicos y revistas «especializadas». No estaría mal un «en mi opinión» o «desde mi punto de vista». Ya, ya sé que os pagan por escribir y que vuestro criterio se sostiene sobre una gran experiencia. Pero normalmente, en la vida, las cosas nunca suelen ser blancas o negras. Ni los discos completos una maravilla absoluta o una mierda execrable. Y en muchas, muchas críticas, lo parece.
Luego están los hoolligans que defienden a sus grupos o artistas preferidos pase lo que pase, incluso aunque el disco que hayan sacado sea, sensiblemente inferior a lo que les tenía acostumbrados. Un humilde consejo: dejad pasar unos años. Si no habéis vuelto a escucharlo es que era tan malo como la mayor parte de la gente indicaba. Me ha pasado varias veces con discos que compré con inusitada expectación y llevan cogiendo polvo en una estantería una cantidad desorbitada de tiempo.
Si diéramos por aceptado que las canciones tratan más de emociones que de calidad, que es mucho dar, entraríamos en otro terreno divertido: el de las listas de «las mejores canciones de…». Os propongo un reto: haced una lista de vuestras diez canciones favoritas. Venga… Poneos a ellos. Os doy diez minutos… Difícil, ¿eh? ¡Ah! ¿Que lo habéis conseguido? Genial. Dejad pasar una semana… Tomad de nuevo esa lista. ¿Mantenéis las diez? No… Esa es la magia de la música. Una canción para cada momento. Un momento para cada canción. Las listas de «las mejores canciones de un grupo» o «las mejores canciones de mi vida» o «las mejores canciones para enrollarte con una tía» son un absoluto experimento ególatra que dura apenas el instante en el que se crea.
Reconozco que no concibo la música de discoteca como una preferencia porque me parece que es exactamente lo que vende: música para escuchar en una discoteca. Sobre todo la más moderna (la de los 70 de Donna Summer, Chic, Earth, Wind & Fire… es increíble). No la entiendo en una casa ni en el coche. Pero, en cambio, me parece que hay cosas del «house» (cosas… No os calentéis) basadas en el soul, funky, etc, que son muy, muy disfrutables. Mi único «nivel» sobre una canción es, insisto, el tiempo. Sí años después eres incapaz de poner una canción que en su momento sonó mucho, o al escucharla cambias inmediatamente de dial… malo. M Clan hablan en «Filosofía barata» de artistas con fecha de caducidad. Ese es el fiel de mi balanza. Con los artistas y las canciones.
Aunque ya me estoy alargando voy intentar plasmar todo lo anterior en ejemplos. Con mi vida.
Creo recordar que el primer disco que compré (con mi dinero) fue «True blue«, de Madonna. Fui el primer hijo de mis padres, con lo que no tuve la suerte de que hermanos mayores ejercieran su influencia sobre mi gusto (cosa que sí he podido hacer yo con mi hermana). En aquel entonces Madonna y Michael Jackson eran el súmmum de lo audible. Confieso que también por aquella época cayó en mi poder «Los caballeros las prefieren rubias«, de Olé Olé (…….). De ambos discos (en vinilo y que aún conservo) saqué varias conclusiones: 1.Los americanos hacen las cosas muy bien. 2.En este país solemos edificar ídolos con pies de barro más frecuentemente de lo que discutimos de fútbol o bandos políticos. 3.Íbamos muchos años por detrás culturalmente del resto del mundo avanzado.
Paralelamente a eso, sucedía que un amigo sí tenía hermanas mayores. Y que esas hermanas tenían novios. Y que a esos novios les gustaba otro estilo de música. Puedo asegurar sin ningún género de dudas que hay dos momentos importantes para mí en cuanto al descubrimiento musical: el primero es cuando los cuñados de este amigo nos descubren «A kind of magic» de Queen, Led Zeppelin IV y «Ready n’ willing» de Whitesnake. El otro fue cuando un compañero de clase, creo recordar de 7º de EGB (qué mayor soy, señor…) llevó al cole, ocultando su evidente portada, el «Appetite for destruction» de Guns n’ Roses. El resto vino detrás. Eso forjó MI CRITERIO. Lo que no quiere decir que sea lo bueno, sino lo que a mí me gusta más. Y para muestra un botón: soy un fanático del rock americano de los 80… Y de los 70… Y de los 90… Pero voy a ver a Luis Miguel y flipo con la banda, con la voz y con los arreglos de las canciones (escuchad «No me fío» y ponedle la voz de… Carlos Tarque, por ejemplo… O Kelly Clarkson). Nunca me gustó Ozzy pero «Close my eyes forever» me parece un escándalo de canción. Actualmente no me duelen prendas en decir que he visto ya tres veces a Pablo López, que no comulgo con la tendencia de seguir a Sidonie, Love of Lesbian o Dorian, que Sidecars me divierten absolutamente, que mis adorados Aerosmith han hecho un disco al año pasado del que sólo escucho tres canciones (y a veces dos), que disfruto a partes iguales de Michael Bublé o los paródicos Steel Panther…o que Bruno Mars me parece un genio. Sobre gustos no hay nada escrito. O mejor dicho, se ha escrito todo ya. Y sigue dependiendo de cada uno. De cada momento.
PD: ahora que parece que hay «dificultades» con la asignatura de Música en las escuelas yo pondría como temario obligado, aparte de los clásicos, conocer a The Beatles, Queen, The Police, Aretha Franklin, Janis Joplin, Diana Ross, John Fogerty y CCR… Y luego, que ellos elijan.
PD2: para los que tomen como axioma cosas aquí escritas para defender el reggeton: recordad que he dicho que las canciones deben estar bien cantadas… Ni habladas, ni berreadas, ni desafinadas… Y que deberían transmitir emociones… Aunque si a vosotros eso de que «os den duro» os pone…