Skip to main content

Luis Miguel es excesivo, pedante tiene un halo hortera que se ve desde que su sonrisa profident aparece y, quizá, ha pasado su momento de megaestrella.

Igualmente, Luis Miguel es un cantante excelso, único, y reconocible hasta en sus giros “viciados”, se ha fabricado a sí mismo desde la niñez y ha superado mil y una vicisitudes de las que van dejando juguetes rotos por las cunetas. Y si su momento cumbre está lejos, sus residencias en Las Vegas y conciertos remember previos a la pandemia (y, créanme, le queda cuerda para rato cuando esto pase) dicen lo contrario acumulando lleno tras lleno.

Como ven, he empezado fuerte. Pero quería hacerlo para acabar desde el principio con la posible -y probable- crítica sobre el artista que hará cualquiera que llegue a leer estas líneas.

«Entonces, muchacho, ¿de qué va la columnita de hoy?» Pues trata de la serie que, el domingo, 18 de abril, estrena Netflix. Segunda temporada, para los no iniciados. Haciendo un resumen rápido de la primera, sin desvelar nada, diré que los capítulos van y vienen de un presente semiadulto del «Sol de México» a su azarosa infancia. Todo aderezado con canciones, curiosidades, un padre malísimo y un misterio. Vamos, un dramón.

Aquí es cuando muchos se bajan diciendo que no tienen tiempo para telenovelas. Vayan con Dios, amigos. Si a «La casa de papel» le quitan el atraco, le quedan muertes, depresiones, taras mentales y caminos irregulares. ¿O no?

«Luis Miguel, la serie» tiene una factura de calidad, el apoyo de un conglomerado audiovisual de primer nivel y apuesta por la producción al cien por cien. Además, tiene un nivel actoral que podría caer en el exceso con facilidad (sobre todo en el caso de Diego Boneta, que interpreta al bueno de Micky) y hace un retrato certero de unos años convulsos en lo bueno y lo malo para el cantante.

Aquí aún no encontramos al crooner latino con perenne moreno julioiglesiesco, sino a un postadolescente atormentado que camina entre la desconfianza, la desgracia, la cara pública de oropel, el éxito incipiente y el peso de la responsabilidad. Tener dinero (ganarlo, más bien, que es lo que ha hecho Luis Miguel escenario tras escenario) es una suerte… y una condena. La ficción (bastante real) bordea esos barros y, hasta en los momentos álgidos de conquista, deja entrever que los lodos siguen ahí, aunque no se quieran ver.

Óscar Jaenada hace un trabajo magnífico como Luisito Rey, el padre, el que nos integra en el círculo (vicioso) en el que Luis Miguel es simplemente Micky. Y le odias. Profundamente. Desde su primera escena. Mangante. Sucio. Pícaro, pero no de playa. De los que no quieres al lado ni para preguntarte la hora. Si el papel lo hiciera, qué sé yo, Bryan Cranston, sería noticia en todas partes. Jaenada es un señor áspero, delgadito y español. Un pirata con bastante menos humor que Johnny Depp, pero mucha más cara dura.

No voy a contar más porque traicionaría mi principio de respetar la intriga. Vean la serie y me cuentan. Yo, el domingo, dejaré los libros y cómics a un lado (y el fútbol, que no juega mi Pucela) y comenzaré con esta segunda parte que me tiene atrapado desde el tráiler. «Suave», «Qué nivel de mujer» … Canciones que, en su día, sonaban en bares, en el Sábado Gigante que unía con el otro lado del charco a los que disponían de parabólica (tiempos preinternet, no tratéis de entenderlo, milenials…).

Luis Miguel tomó (junto a Humberto Gatica, Manzanero -y Juan Carlos Calderón en ocasiones-) las canciones en castellano que podemos emparejar con los standards norteamericanos y las convirtió en pelotazos. Puede que con más histrionismo y menos humor que lo que hace actualmente Michael Bublé. Pero lo hizo cuando eso era música de abuelos. Y ahí quedó.

En su trazado pop se rodeó de arreglistas y compositores con más kilómetros y victorias que cartas marcadas tiene un tahúr. La banda que lo acompaña en directo es un “arma de construcción masiva” que pasa de la balada, al bolero, de este al pop más funky… Seguro que alguno dice que son una orquesta de pueblo. Buena, pero una orquesta. Pues eso, que no hay que discutir con los que argumentan con tal peso. Pasas, escuchas “Dame” y te olvidas de los tuiteros de verbo afilado.

Sí, ya sé que dije que no iba a decir mucho del cantante y lo he hecho. Pero creo que es importante para acercarse a la serie sin demasiados prejuicios. Denle un capítulo, no más. Dos. Si cuando acaben no van por casa repitiendo eso de «coño, Micky» y odiando a Luisito Rey, escríbanme de vuelta. Eso sí, antes pónganse «La incondicional», la que no espera nada.

Doctor Brown

Iba para inventor en los 50. Me quedé en el intento de escribir algo interesante. Vive y no dejes morir... de aburrimiento.

2 Comments

Leave a Reply