Llevo más de veinte minutos en la terraza de la casa familiar del pueblo. Ni estoy viendo atardecer, ni miro hacia el horizonte ni trato de estar en paz con el cosmos. En absoluto. Estoy decidiendo si salgo a correr o no.
Uno va cumpliendo años y, sin tener las pretensiones de un Matusalén cualquiera, pretendo que las arrugas y achaques no incidan vertiginosamente en mi disfrute. Eso, como es lógico, conlleva un sacrificio. Así que aquí estoy, vestido para matar. Viva el deporte. El ejercicio es salud. Pero… no arranco, no me decido. Y es que resulta que la culpa de todo es de las redes sociales (y de mis contactos).
Dejadme explicarme e ir por partes:
– LA INDUMENTARIA: resulta que la ropa de deporte ahora se divide en varios grupos. Está la ropa técnica, que, por lo visto, debe ayudarte a correr como un keniata y elimina el flato. Incluye zapatillas con cámara de aire, gel (será hidroalcohólico, por aquello de la pandemia) y pisada adaptada. ¿Es usted pronador o supinador?, me preguntaron. Mi cara debió ser un poema, así que me catalogaron como neutro. Espero que se refiriera a mi inclinación política. Sí, ya sé que aluden a si piso y desgasto más de un lado que de otro, que eso puede crearme problemas en la cadera en función del terreno por el que lleve a cabo la práctica y demás. Pero recordad: mi único propósito es salir a correr un rato y quemar, sin sufrimiento superfluo, los chuletones de este puente. Así, nivel usuario.
Total, que veo a gente que se prepara para salir a correr como si fuera a la gala anual del MET, y yo ahora mismo estoy vestido con un pantalón corto de cuando jugaba en juveniles (marca MITO, lo juro), las zapatillas viejas que traje al pueblo porque solo tienen un roto de nada en una esquina y una sudadera gigante de cuando en la MTV ponían música y no culebrones. Estoy hecho un cuadro.
– EL TERRENO: siguiendo con lo anterior, resulta que ahora no se puede echar una carrerita sin revisar antes el itinerario. Y ojo con ir sobre asfalto, que se te cargan músculos que ignoraba que estaban en mi anatomía (o lo sabía, pero no me interesaban un carajo). Mejor sobre césped o tierra, terreno blando, me han dicho. A ver: estoy en un municipio con un vecindario cercano a las sesenta personas cuando no es verano. Tengo tres caminos: el de las cuadras, la carretera de arriba o la de abajo. La verdad es que tampoco es que haya opciones como para darle muchas vueltas. Si sacamos las carreteras de la ecuación por lo de la dureza (aunque la de arriba la estén arreglando y aún no haya brea – ¿se sigue llamando brea? -), ya tenemos un ganador. Ya sólo queda evitar a los perros que cuidan los mencionados pesebres, respirar adecuadamente cuando huela a estiércol y caca de vaca auténtica y autóctona y vigilar los pasos que doy para no romperme los tobillos, puesto que el camino no está exactamente nivelado, que digamos.
– LA MÚSICA: por lo que leo, es básico correr a un ritmo constante. He llegado a la conclusión de que mi ritmo (trote cochinero style) podrían ser 160 bpm (pasos por minuto). Hay miles (MILES) de listas en internet con esa cadencia. Pero, ay, amigo. El “musicón” que calzan el noventa y nueve por ciento de ellas es de olvidarse de correr, buscar rápidamente un rincón oscuro donde haya silencio y desear nunca haber oído semejante conglomerado de electrónica a saco o ritmos urbanos. A ver: un sábado a cierta hora, tienen un pase ambas cosas (no, no lo tienen. Aunque ¿quién no ha soportado el chunda-chunda sacrificándose por el equipo?). Pero salir a correr a las ocho y media de la mañana, con la fresca, o a las siete de la tarde, mientras anochece, y que parezca que llevas contigo a Pastis y Buenri amenizando la carrera, pues regu.
– LAS FOTOS: Bien. Hasta aquí el elenco de preparativos podría asumirse. En cambio, la parafernalia que requiere informar a todo quisqui de:
* que empiezas tu ejercicio diario,
* que eres feliz,
* que te mola mil lo que recorres en tu “pequeño viaje aeróbico”,
* que levantas el dedito en señal de victoria,
* que pones frases motivadoras de mierda total como “no pain, no gain”, “da igual las veces que caigas, lo importante son las ocasiones en las que te levantas” o alguna chorrada espiritual escrita en chino porque te animan sobremanera,
* y, finalmente, que has obtenido tu ración diaria de endorfinas,
me supone una pereza de tal calibre que valoro muy mucho si merece la pena tal conglomerado de preliminares.
En resumen, que mientras he pensado todo lo aquí reflejado se me ha hecho de noche, me han ofrecido café, tarta, bizcocho, una exquisitez ordinaria (que adoro) hecha de un hojaldre basto y rellena de nata, cerveza e, incluso, un bocadillito de chorizo. Y chavalada, la sensación de quitarse la ropa deportiva no técnica (corrientucha pero digna, resultoncilla, como el dueño), ponerse una sudadera amorosita (que diría mi esposa) y disfrutar de la merienda cena (EL CONCEPTO) me sale mucho más rentable. Al menos, hoy. Mañana me prepararé un poco antes y reflexionaré menos.
Amén.