Pongamos que siempre has sido un optimista no utópico. Que siempre has creído en ese amor que se demuestra más que se dice. Que te criaste viendo y volviendo a ver Siete novias para siete hermanos, West Side Story, Grease, Cantando bajo la lluvia, Mary Poppins, Sonrisas y lágrimas… Que creíste que la magia se creaba en muchos lugares y sólo había que buscarla con ahínco. En las suelas de los zapatos de Gene Kelly, Ginger Rogers, Fred Astaire o, incluso Russ Tamblyn, por ejemplo…
Pongamos que creces. O maduras. O como quiera usted llamar a sumar años en el carnet. Que esa montaña rusa que dicta el corazón en la juventud se va atemperando, que comprendes que el hechizo está en el equilibrio. Pero que mantienes esa llama que se demuestra en la mueca que precede a la sonrisa, en el beso lento y delicado.
Pongamos, por último, que amas el cine. Que sabes que es una falsedad en la que vives cómodamente instalado durante dos horas de tu vida. Que crees, firmemente, que los sueños son sólo eso hasta que decides sacrificar algo para luchar por ellos. Que, además, decidiste hace tiempo que la música, y ciertas canciones en concreto, serán las que te lleven a momentos y recuerdos de tu vida, melodías e imágenes unidas herméticamente.
Con estas premisas en el tapete, cuando accedas a la sala de tu cine más cercano, apaguen las luces, olvides que llevas un teléfono que te hace estar localizado en todo momento y comience La La Land, vivirás en esa ilusión que buscas sin descanso desde que sonó la última canción de Moulin Rouge. No se trata de que tengan algo que ver, sino de las sensaciones que te originan. No necesitas un producto redondo y perfecto, aunque este, quizá, esté cerca. Momentos. Únicamente eso. Si al ver Los Miserables escuchas a Anne Hathaway entonar I dreamed a dream y ya no necesitarías continuar con el resto del film. Si te levantas por la mañana, escuchas un: Good morning! y tu cabeza te traslada hasta Cosmo, Don y Kathy. Si alguien chasquea los dedos y te sientes en el medio de una pelea coreografiada entre los Jets y los Tiburones. Momentos. De inspiración.
Corre. No esperes más. Hoy, esta tarde. Si crees que las vetustas paredes de los estudios de cine esconden instantes eternos, si piensas que pocas cosas ha habido más románticas que observar el cielo con alguien tumbados en el capó de tu coche (por más incómodo que parezca)… Resumiendo: si te atreves a desafiar a tu rutina diaria aspirando a ser más auténtico, más leal a ti mismo sin caer en el absurdo tópico de «quien quiere, puede», entonces estás invitado a entrar en La ciudad de las estrellas.
Está permitido cantar, lo he comprobado de primera mano (pero bajito, que no todos somos Emma o Ryan).
PD: Eso sí, soltaos cuando toque la parte de: … ‘Cause all that I need is this crazy feeling… A rat-tat-tat on my heart.
PD2: mi «hermano» Paty Varela no habla de momentos, pero sí de escalofríos (que viene a ser similar). Lo hace aquí, por si queréis echar un vistazo.